Título: Tenderness
Director: John Polson
Guión: Emil Stern, basado en la novela homónima de Robert Cormier
Producción: Charles Randolph y Howard Meltzer
Música: Louis Febre
Fotografía: Tom Stern
Montaje: Andrew Marcus
Diseño de producción: Mark Freidberg
Vestuario: Eric Daman
Actores: Rusell Crowe, Jon Foster, Sophie Traub, Laura Dern, Alexis Dziena, Tanya Clarke
Año: 2008
Duración: 120 minutos, aproximadamente
Fecha de estreno: 20 de Noviembre
A menudo, últimamente me asalta una duda cada vez que salgo del cine: ¿cómo calificar a una película?
Me estoy refiriendo, no a su calidad per se, si no que en estos días inciertos (Celtas Cortos dixit de principios de siglo que nos está tocando lidiar, parece que ese arte al que llamamos cine se ha cansado de ser etiquetado con palabras comunes, y ha decidido romper la baraja y empezar casi desde cero.
Digno hijo de esa línea de pensamiento es esta “Tenderness”, que se disfraza con los variados ropajes de el cine negro, el documental rodado/planificado, una película de carretera y una historia de desamor, para contarnos una vez más, que las miserias y grandezas del ser humano no es que vayan cogidas de la mano, si no que más bien forman parte definitoria una de la otra, y que por tanto, ninguna de las dos puede vivir por separado.
Lo sé. Suena a la misma historia de siempre. No nos engañemos, vista desde lejos claro que lo es, claro que como diría el filósofo, al igual que uno no es el mismo cuando se baña dos veces en el mismo río, por que cambian tanto uno mismo como el río, cada vez que se rueda una historia de estas características, esta en si cambia por estar definida por la mera existencia de los protagonistas que la conforman, al igual que si de un puzzle se tratase.
Para este caso, yo ya me estaba temiendo lo peor viendo el arranque de la mismo, en la que se nos muestra una pequeña parte del microcosmos de los protagonistas al estilo de “Tres monos”, con incluso localizaciones parecidas y ese regusto amargo de saber que los personajes que se nos presentan en semejante tesitura, van a acabar engullidos por su propia vida.
Esta vaga sensación de temor continua apareciendo en algunos tramos de la cinta, en concreto aquellos en los que los protagonistas principales están solos en la acción, momentos en el que la narración está a punto de caer hacia los pantanosos terrenos del melodrama, terrenos extremadamente peligrosos pues por que de ellos, al igual que de la madriguera del Sharlac, es prácticamente imposible salir.
Pero afortunadamente el director sabe frenar justo un poco antes del borde y evitando de esta manera que se produzca una esteoritipación en la conducta de los personajes, elemento que esta película no necesita salvo como lastre, claro.
Esta definición en los personajes es sumamente importante al presentársenos la dicotomía de la historia vista a través de sus ojos y evidentemente, tener que tomar partido por una de las dos versiones, siempre que queramos que la película, como arte, nos enseñe algo.
En realidad, al final todo se concreta hacia la historia personal de uno de los personajes principales, que trastocará su máscara de víctima en la de verdugo, en un giro argumental que afortunadamente se descubre como el fin natural de todos los acontecimientos vistos hasta entonces, aunque algunos es posible que sirvan más para definir a alguno de esos mismos personajes pero de manera que tan solo se vislumbra la verdadera razón de sus motivos, y no la profundidad de la misma.
Esto no quita peso específico a la cinta, pero si que deja al espectador preguntándose la razón de la intromisión en la vida privada del personaje de Russell Crowe si bien esta intromisión tan sólo serviría para marcarlo con el estigma de la tragedia y tratar de hacerle más humano, aunque en realidad sirva para mostrar su imperturbable rutina diaria que alarga su sombra hasta su trabajo y su metodología en el mismo.
Esta extraña definición del personaje se produce por que la obra inicial era literaria, y ya se sabe que es harto imposible conseguir el transvase perfecto de un medio artístico al otro, aunque se intente con encono, siempre vamos a estar hablando de artes diferentes con lenguajes diferentes, a pesar de que ambos persigan el mismo objetivo, que es el de contar la mejor historia posible de la mejor manera posible.
Para conseguir focalizar la atención del espectador sobre los personajes primero y sobre sus acciones después, se rodea a estos de un halo de malditismo, de una posible terminación inmediata en el momento más inesperado, una especie de destino definido e imparable que, lejos de hacerles medrar en su propia y conocida miseria, les hace intentar llevar a buen puerto sus intenciones a pesar de los demás y sobre todo, de ellos mismos.
Esta concatenación de deseos enfrentados, lejos de producir un efecto de veleta en la película, a saber, que hace que el espectador se pierda en esa mezcla de nombres y personajes (al igual que ocurría en “The Grunge”), sin embrago consigue que haya un auténtico interés por los personajes, tanto secundarios como principales, como en el caso de Laura Dern, redescubierta aquí como una actriz de carácter, lejos de territorios como los de Inland Empire.
Como he dicho antes, los personajes van cambiando a lo largo de la cinta, a excepción del de Crowe que como un Sísifo moderno vuelve al punto de partida inicial, pero quizá convencido de que ha conseguido hacer parte de su trabajo, aunque sus métodos y resultados no sean ni los más ortodoxos ni los más deseables. De hecho, parece ser el auténtico centro de gravedad a través del cual gravita el resto de la película, no por que el cargue en sus espaldas con la mayor parte de la acción ni por que sea un héroe ad hoc, si no más bien por su condición de catalizador de la acción, un poco al estilo de Colombo, que no cejaba en su empeño hasta conseguirlo, si bien en este caso el perfil es bastante más bajo para evitar la perdida de atención en la historia principal, todo un logro en estos momentos en que el peso de una estrella puede llevar a gente a ver una película a los cines.
Esto no significa que el personaje de Crowe se le note infrautilizado, si no que más bien es como la sombra que planea sobre toda la cinta y un poco el culpable de la precipitación de los acontecimientos finales de la misma, no el en si, si no más bien lo que representa, a la ley y al orden que de haber funcionado en el pasado como debería de haberlo hecho, no tendría que lamentarlo ni el tener que traicionarse a si misma para poder seguir existiendo, cegándose ante esta visión y tratando de seguir convencido de que el sistema es el mejor posible, cuando a ciencia cierta no es así.
En definitiva, se trata de una película que, al explorar los límites entre el deseo humano y lo que en realidad somos capaces de conseguir por nosotros mismos, eclosiona con la posibilidad de que la vida, por muy extraña que sea, siempre te da la oportunidad de conseguir lo que quieres, a menos que creas en tus propias mentiras, lo cual nunca lleva a ningún sitio en el que realmente, quieras estar.