Director: Gary Jones
Productor:
Guión: Stephen David Brooks basado en una historia de Boaz Davidson
Interpretes: Lana Parilla, Josh Green, Oliver Macready, Nick Swarts, Mark Phelan.
Año: 2000
País: USA
Duración: 94 minutos, aprox.
Ante la pregunta de por que he escogido esta película, en lugar de otros clásicos de ocho patas como “Earth VS. the Spider” o “Tarántula” es por que muchas veces se pierde la forma sobre el fondo, empaquetando un bonito producto de consuma rápido y de aún más rápido olvido (si, quizá, exceptuamos “Arac Attack”), cuando lo que realmente se busca en una cinta de ciencia-ficción no es tanto (o no debería de serlo, demonios) el apabullamiento de efectos visuales (ya sean de latex o de unos y ceros) como una buena historia. O al menos el espíritu de contar una buena historia.
“Spiders” es justamente representante de este espíritu, aunque lastrada por un reparto, me atrevo a decir menor, y por unos efectos visuales más cantarines que Gene Kelly en según que segmentos de la película. Pero en otros, la magia sucede y por un instante parece que realmente estamos viendo a una araña del tamaño de un autobús y que sufre las hemorroides no precisamente en silencio, si no arrasando con todo lo que tiene delante de sus ocho ojos (y con tal cantidad, poco se le escapa).
La cuestión de siempre, ha sido la de poner a los personajes en una tesitura que nunca antes se habían visto y que, evidentemente, no saben como reaccionar. Vale, pueden huir por patas, pero como son dos respecto a las ocho de las arañas, pues pierden en relación 1 a 4.
Sin embargo, y a menos que se trate de la última película de Frank Darabont basada en un relato de Stephen King, casi siempre hay lugar para la esperanza. Y los héroes (niño y niña para tener la parejita, cuota que reclamaron en su época tanto Leias como Ripleys y que afortunadamente ha permitido demostrar que las chicas son guerreras y con más mala leche por centímetro cuadrado que los hombres) escapan creyendo que la pesadilla (para algunos la película, que no la araña) a acabado.
Pero claro. . . ¿cómo se explica la existencia de semejante bicha? La verdad es que aquí es donde la cinta adquiere uno de sus puntos fuertes, riéndose de si misma. Para empezar, el proyecto (militar, por supuesto) tiene el nombre clave de “Mother in law”, o sea, suegra en el lenguaje de Cervantes (que diría Forges, con lo que es para las suegras), y se basa en conseguir una especie de araña que, generación tras generación sea más grande y que se reproduzca asexualmente a base de huevos implantados en sus víctimas. Aquí puede leerse un sucinto homenaje a la saga de “Aliens”, con la madre implantando su huevo en un huésped humano y luego saliendo por donde le parece más adecuado, que no suele ser acompañado de falta de dolor. Si además contamos con que las víctimas están almacenadas (como lo estaban los pobres colonos de “Aliens”, y todo por fiarse de la publicidad gubernamental) como incubadoras humanas, el horizonte empieza a aclararse.
Hasta ahora, tenemos una amenaza que usa a los humanos como madres de alquiler. Pero para que realmente se trate de un homenaje velado a “Aliens”, debe de ser una amenaza extraterrestre. Y las araña son terrestres (o si no preguntádselo a Stan Lee), a menos que los militares metan la zarpa. Y no se les ocurre otra cosa que enviar una araña al espacio y mutarla con. . . ¡Premio! ADN extraterrestre. De donde sale, no se aclara mucho en la película, aunque el sitio donde transcurre buena parte de la película, sea el típico complejo científico-militar con más cosa raras que la tienda china de Keye Luke en Gremlins. Lo mismo lo sacaron de Rafa Nadal, vete a saber.
El caso es que no se les ocurre otra cosa que mezclar arañas y ADN extraterrestre en atmósfera cero. Y claro, la cosa se desmadra. Si fuera un episodio de “Los Simpson”, aquel en que una colonia experimental de hormigas es liberada por la glotonería de Homer, la solución pasaría por encontrar una inanimada barra de plutonio. Pero aquí no se consigue evitar el desastre y la lanzadera espacial, con tripulación, arañas y ADN alienígena, se estrella en una base secreta del ejército. Por casualidad (como siempre ocurren estas cosas, vamos) una sagaz periodista pariente de Mulder, pro aquello de los Expedientes X, no por la nariz, se encuentra junto a dos de sus colaboradores (el típico guaperas inútil y el típico feucho genio de los ordenadores) cuando iba a investigar un soplo que le habían dado dos extraterrestres (como suena). Y claro, cuando ve estrellarse una lanzadera espacial que se supone se había desintegrado en el espacio, su olfato periodístico le indica que pasa algo raro. . . pero reconozcámoslo. Mulder habría actuado igual. Y Scully habría dicho que se trata de una alucinación colectiva.
De manera que se cuelen en un complejo militar de altísima seguridad (vale, al fin y al cabo fue Groucho quién dijo que el termino “Inteligencia Militar” era contradictorio) y descubren a uno de los supervivientes justo cuando le sale una arañita (del tamaño de un pekinés, la raza de perro, no el habitante de Pekín) de la boca (supongo que no tendrían estómago para hacerle lo mismo que al pobre John Hurt en “Aliens”). Y a partir de aquí, lo típico. El niño que crece, que se come a unos cuantos, que mata al feúcho y al guaperas (este último, sacrificándose por la chica), chica que huye con el segundo de a bordo cuando se da cuenta de que lo que esta haciendo es muy malo. Dejan al jefe, el más malo de todos a merced de la araña, que muere justo después de incubarle un huevo.
Así que cuando la chica y su nuevo amigo van a la redacción del periódico a dar la noticia, se encuentran con el malo que a matado al jefe de la chica y ha ocupado su puesto, por poco tiempo, pues revienta cuando una nueva araña, del tamaño de una vaca, sale de dentro suyo.
Al igual que la anterior, el niño crece que da gusto, y para el clímax final de la película, ya tenemos a una araña del tamaño de un autobús.
Estoy de acuerdo con que el final es poco creíble, por que eso de que la chica, colgada de un helicóptero, acierte en la boca a la araña con un lanzacohetes (ni Chuck Norris, vamos. Quizá Steven Seagal después de dejarla patas arriba con el aikido). . . pero si nos creemos la existencia de una araña entre morada y fucsia (o roja y azul) ¿Por qué esto iba a ser menos?
Claro, que al final la araña revienta y aparecen los típicos gritos de alegría y fin. Visto así estoy de acuerdo en que la película quizá no merezca ni el plástico donde está grabada. Pero para todos aquellos que hemos pasado buena parte de nuestra adolescencia pegados al televisor los domingos por la noche viendo el genial (no me cansaré de decirlo) programa de Juan Luís Goas “Noche de Lobos” (antes de que Antena 3 TV se transformase en una parodia superlativa de si misma) esta película tiene un regusto clásico ochenteno que para nada la desmerece, si no más bien todo lo contrario. Aparte de las veladas referencias a la saga de películas de la teniente Ripley, la película bebe de esos otros clásicos de la serie B en blanco y negro como “Tarántula” y “Earth VS the Spider”, cambiando, eso si, la amenaza de la radiación (y de los rusos, tangencialmente) por la de los extraterrestres (hasta que se hagan amiguitos nuestros o nos demanden por injurias y calumnias), regusto que te hace pensar en la película y no olvidarla como supuestos taquillazas como “Van Helsing” “Eragon” o “Dragones y Mazmorras”. Además, si tenéis posibilidad de ver el trailer, seguro que os sonará el estilo. . . estilo grindhouse. Dicho de otro modo. Si esta película hubiera sido dirigida por Tarantino, lo mismo algún crítico gafapasta le habría dado valores que la película no tiene, que no son otros que olvidarnos un rato de la realidad, que esa si que puede llegar a ser mala, y no una tierna arañita de dos metros.
Por cierto. . . ¿alguien se imagina que hubiera pasado de picarle nuestra araña a Peter Parker? Para los que no lleguen a eso, les doy una pista: buscad a Spiderhulk. Y no es coña.
¡Ah! Por si alguien lo dudaba. . . ¡hay segunda parte!