Erase una vez en la cuidad de Londres a principios del siglo XIX, que había un artesano que hacía las mejores muñecas de trapo del mundo.
El hombre había dedicado toda su vida a hacer felices a miles de niños con sus juguetes, tanto había sido que había olvidado vivir algo y cuando quiso darse cuenta ya era demasiado tarde, pues era demasiado viejo, no tenía mas que sus muñecos. Así que se hizo una muñeca de trapo de tamaño natural y todos los días dedicaba unos minutos a cuidarla como si de una hija se tratase.
Quiso el deseo del juguetero fuese escuchado y se presentó el hada madrina a hacerlo realidad. Y con un movimiento de su varita mágica, la tela y la paja se hicieron carne y hueso.
El juguetero estupefacto no cupo en si mismo de felicidad, fue tal que bailó y bailó como jamás lo había hecho antes y aunque estaba deseoso de probar que placeres ocultos ofrecía su muñeca, terminó tan cansado que decidió que podía esperar un día más y mandó a dormir a su nuevo juguete.
Sin embargo, la fatalidad no se había alejado del hombre y quiso que no se diera cuenta que había dejado una costura suelta y mientras la muñeca dormía por ese lugar se escapó el corazón.
El vacío se apoderó de ella, una enorme tristeza que al no haber vivido apenas pudo soportar y la pena dio paso a la locura.
Debía recuperar aquello que le había sido arrebatado, así que buscó y buscó, pero no sabía como hacerlo. Encontró un objeto cortante que casi le rebana un dedo y su corta mente solo le dio para pensar que si quería un corazón y no lo encontraba, debía tomarlo.
Entró en la habitación del juguetero que dormía plácidamente y le abrió en canal, le extrajo órgano tras órgano pero ninguno parecía encajar. Finalmente perdió la paciencia y la poca razón que le quedaba y salió a la calle envuelta en un largo abrigo negro.
Se dedicó a buscar por las oscuras calles de Whitechappel a mujeres de constitución similar a ella, las arrinconaba y mataba y las destripaba, pero nunca tenía tiempo de probar más que uno o dos órganos porque enseguida descubrían los cuerpos y debía huir.
Necesitaba mas tiempo, un lugar donde estar tranquila y quiso la casualidad que encontrase a una joven sola en su casa. La visión de ella fue un duro golpe, pues el parecido era asombroso, así que dedujo que en ella encontraría la respuesta a su dolor. La calma que tenía, la serenidad, le hicieron creer que la otra le había robado su corazón.
Entró en la casa cuchillo en mano dispuesta a recuperar lo que le pertenecía.
Se tomó su tiempo y fue probando tranquilamente, sin perder la calma, cortando y sajando el cuerpo de la joven, perdiendo la paciencia a veces y cortando sin mirar donde. Cuando finalmente encontró el corazón y lo depositó en su sitio, una brasa saltó de la chimenea y prendió fuego su abrigo.
Así que nuestra muñeca que a fin de cuentas era de trapo, ardió como lo que era y en escasos segundos, no quedo de ella ningún rastro.
Y colorín colorado...