Título: Chéri
Director: Stephen Frears
Guión: Christopher Hampton
Producción: Bill Kenwright, Tracey Seaward, Thom Mount y Andras Hamori
Fotografía: Darius Khondji
Dirección Artística: Alan MacDonald, Judy Farr, Véronique Melery y Denis Schnegg
Montaje: Lucia Zucchetti
Diseño de vestuario: Consolata Boyle
Música: Alexander Desplat
Casting: Victoria Thomas
Maquillaje y Peluquería: Daniel PhillipsActores: Michelle Pffeifer, Rupert Friend, Kathy Bates, Felicity Jones, Frances Tomelty, Joe Sheridan, Iben Hjejle, Anita Pallemberg
Año: 2009
Duración: 92 minutos
Fecha de estreno: 29 de Enero de 2010
Principios del siglo XX, París es el centro del mundo: Los artistas, la moda, el teatro, la música… y las prostitutas, esas mujeres bellas, experimentadas en el arte del amor y enormemente ricas, al poner a sus pies a los hombres más poderosos de la época. Rechazada públicamente pero deseada en la intimidad, Léa (Michelle Pfeiffer, interpretando a un personaje basado en la vida real de la escritora y artista Colette) es una cortesana que, llegando a la madurez (aunque bella todavía), piensa en su retiro.
Un dia va a comer con su antigua compañera de profesión Madame Peloux (una estupenda Kathy Bates), una extraordinaria belleza en su juventud pero que ahora es una mujer mal envejecida, amargada y llena de malicia. Ésta es inmensamente rica y tiene un hijo de 19 años, al que Lea apoda Chéri desde que era niño. Madame Peloux tiene grandes proyectos para él, pero Chéri debe convertirse primero en un hombre. Su madre le pide a Léa que le instruya en el arte de la vida. Ella acepta y lo que comienza siendo un juguetón flirteo se convierte en una relación que abarca seis años, en los que Lea y Chéri estrechan los insospechados lazos que les unen. Pero la madre de Chéri planifica en secreto el matrimonio de éste con la joven y bella hija de otra cortesana que nada en la abundancia. Al acercarse la inevitable separación, Léa y Chéri intentan afrontar lo mejor posible la situación, pero las raíces de su relación son mucho más profundas de lo que ellos mismos podían imaginar, comprendiendo cuanto significaron el uno para el otro y que lo que vivieron es irreemplazable…
Esta magnífica, jovial y ajustada adaptación de Stephen Frears y Christopher Hampton (un guión punzante y certero que toca las teclas correctas y lo hace con inteligencia y brillantez) del inmortal y siempre vigente libro de Colette (una de las más celebres y brillantes escritoras galas, de vida escandalosa y atrevida pero honesta, y que fue enterrada en su país con honores solo reservados a los jefes de estado) es un auténtico festín para los sentidos. No son muchas las ocasiones en que el Paris de la Belle Epoque se nos ha mostrado con tanta belleza, decadencia y detalle, con una dirección artística que está perfectamente dibujada e indica los polos opuestos que son las dos protagonistas. El diseño de vestuario es exuberante y de matrícula de honor (obra de Consolata Boyle), la hermosa y rica fotografía en tonos pastel del iraní Darius Khondji consigue que cada plano del film parezca una pintura impresionista de la época (esos jardines y flores que funcionan a modo de metáfora para varios de los temas intrínsecos al ser humano que trata el film, las escenas en Biarritz, etc.) y la portentosa música del siempre talentoso Alexander Desplat (El Curioso Caso De Benjamin Button) no se queda atrás y contribuye enormemente a llevar a la mente del espectador las sensaciones de vitalidad/extroversión (simbolizando a Léa) y melancolia/apatía (simbolizando a Chéri) que emergen del visionado de la cinta y a dar el tono requerido al film y establecer una bella aura nostálgica que puntúa la impresionante química entre Michelle Pffeifer y Rupert Friend.
Por su parte, el director Stephen Frears (aquí teniendo la mirada puesta en los maestros Max Ophuls y Jean Renoir) y su montadora Lucia Zucchetti saben darle al film un ritmo y una agilidad que hacen que la historia nunca pierda frescura y emoción.
La cinta narra la historia de un romance poco convencional que hará coincidir las vidas de un joven egocéntrico y superficial (aparentemente transgresor, pero atado a una auto-impuesta falta de libertad y a lo que la sociedad y su madre esperan de él, lo que le incapacita para reconocer el sentimiento sincero y auténtico que simboliza la protagonista) que se niega a crecer y la de la prostituta más seductora de Paris (que es, al mismo tiempo, una persona llena de dignidad y moralidad), que ha de lidiar con la idea de que no permanecerá joven, deseada y bella para siempre. El sexo, el dinero, el siempre defectuoso y cruel ser humano, el paso del tiempo (acompañado de la inevitable decadencia física) y, inesperadamente, el amor, son algunos de los asuntos que trata, acertadamente, la película. Contar estas verdades universales a unos espectadores a los que, en la mayoría de casos, les costará lidiar con ellas, hará a la cinta menos comercial pero más interesante.
En cualquier caso, el film pertenece totalmente a la incandescente Michelle Pffeifer y su visionado se crece y refuerza gracias a ella: una actriz bella en todos los sentidos, expresiva al máximo y una de las mejores de la historia del cine. Aquí está especialmente radiante, conmovedora, llena de encanto y lo da absolutamente todo (en un papel realmente difícil donde aparece dulce y frágil por un lado y orgullosa y fuerte por el otro, pasando por diversos estados intermedios que es donde realmente muestra su talento, haciéndolo con naturalidad, sutilidad y verdad). Sin duda, este es uno de los varios papeles de su carrera con los que consolida su estatus de leyenda cinematográfica.
En principio, y como en Las Amistades Peligrosas (que tiene al mismo director, guionista y actriz), la película parece y es una comedia de costumbres y ninguno de los personajes dice lo que realmente piensa pero, a medida que la trama avanza y las cartas se descubren, el film va poniendo el dedo en la llaga, hasta llegar a la especialmente memorable escena final (con frases demoledoras y de auténtico calado) donde el director se recrea en mostrar las imperfecciones físicas en el rostro de la actriz (que las tiene, como el resto de la humanidad) y el paso del tiempo en su cara, enfocada a plena luz solar y sin ningún tipo de maquillaje, en una buena muestra de la valentía de tan loable intérprete.
Chéri llega a la misma conclusión que otros clásicos del cine: jugar demasiado con el corazón puede hacer que éste acabe rompiéndose, por más inmunes al sentimiento amoroso que se crean sus jugadores.