Donde viven los monstruos se sustenta sobre una serie de contrastes y paradojas. En primer lugar, no deja de resultar chocante que la tercera película dirigida por Spike Jonze, tras las sorprendentes
Cómo ser John Malkovich -1999- y
Adaptation / El ladrón de orquídeas -2002-, se esté vendiendo como un producto destinado al consumo infantil, cuando lo cierto es que muchos niños abandonan el cine desconcertados e inquietos, sin haber captado en absoluto el complejo mensaje que la película transmite.
Y es que, pese a lo que pueda parecer a simple vista, nos hallamos ante una obra que no guarda ninguna relación con el tipo de producciones auspiciadas por la compañía Disney. Antes al contrario, sus contenidos están mucho más cerca de los de otra fábula genial y perversa estrenada en 2009 :
Déjame entrar – Tomas Alfredson-.A través del máximo contraste que se establece entre el mundo del pequeño
Max, poblado por sus monstruos personales, y el mundo de los adultos, regido por la prisa y por la falta de imaginación (simbolizado por la imagen de esa barca que a la vez separa y une ambos territorios), Spike Jonze construye una metáfora sencilla y preciosa sobre el delicado tránsito de la infancia a la adolescencia. Para ello, utiliza como material de partida el libro homónimo de
Maurice Sendak, publicado en 1963. Estamos, pues, ante un cuento fílmico basado en un cuento literario, con resultado idéntico en ambos casos: una exploración aguda e incisiva del universo de la infancia, que potencia los aspectos más amables y tópicos de ésta – la inocencia, la ingenuidad, la ternura-, pero sin excluir tampoco los más oscuros y sombríos. No en vano, los ataques de ira de Max simbolizan la pulsión (auto)destructiva que late en todo niño, y sus ocasionales accesos de tristeza le otorgan a la película cierto toque melancólico que casa muy bien con la historia que se nos cuenta.
Por su parte, cada uno de los monstruos ( el impulsivo y temperamental
Carol, la dulce y maternal
KW, el sabio y prudente
Douglas, la envidiosa
Judith, el tímido y solitario
Alexander) y los paisajes donde habitan (el bosque, el desierto, el mar), son, en realidad, un reflejo de los diversos estados anímicos del protagonista, así como de los personajes que conforman su entorno más próximo – su madre y la pareja de ésta, su hermana, etc-.
Todos estos elementos se conjugan para hacer de
Donde viven los monstruos una experiencia inolvidable, que contiene momentos de genuina emoción, como hacía mucho tiempo que no veíamos en una pantalla de cine ( es casi imposible no dejar escapar una lágrima cuando asistimos a la despedida entre Max y sus amados monstruos, hacia el final del filme), y que resulta adecuada, más que para los niños, para todos aquellos adultos que desean comprender mejor a ese niño que, en el fondo, aún llevan dentro de sí mismos.