Título: Paul Naschy, la máscara de Jacinto Molina
Autores: Ángel Agudo y Ángel Gómez Rivero
Editorial: Scifiworld
Año: 2009
ISBN 978-84-937460-1-8Con la muerte de Paul Naschy/ Jacinto Molina el pasado uno de diciembre, no sólo desaparecía un hombre que dedicó su vida entera al cine, en general, y al fantaterror, en particular. También se cerraba todo un ciclo del cine español, que arranca en 1968 con el estreno de La marca del hombre del lobo –
Enrique López Eguiluz-, y que concluirá en 2010, cuando se estrenen, ya a título póstumo,
La herencia Valdemar –
José Luis Alemán-, y Empusa- Jacinto Molina-. En medio de ambas fechas, quedan catorce películas como director, casi cien como actor, y cuarenta como guionista. Una labor ingente que casi nunca fue comprendida por ciertos sectores críticos, y mucho menos por los estamentos oficiales (no olvidemos que Naschy se fue de este mundo sin tener en sus manos el merecido Goya de honor), pero sí por una nutrida legión de seguidores, foráneos en su mayoría – el libro insiste en la diferencia existente entre España y Estados Unidos a la hora de valorar el trabajo del cineasta madrileño-, que supieron elevar a Paul Naschy a la misma altura de mitos tales como Bela Lugosi, Boris Karloff, Vincent Price, Peter Cushing, o Christopher Lee. No en vano, este último es quien firma el prólogo del libro que nos ocupa, rindiendo un sincero y emotivo homenaje tanto a su amigo Paul Naschy como a la profesión de actor, que ambos comparten.
A grandes rasgos, podríamos decir que la trayectoria cinematográfica de Naschy se sustenta en una triple base: su capacidad de trabajo- que le llevó, por ejemplo, a simultanear el rodaje de varias películas, como también solía hacer Jesús Franco-, su amor por el fantaterror - en su cine se dan cita todos los monstruos clásicos, así como los principales rasgos estilísticos que conforman el género-, y una ilusión sólo comparable a la de un niño, capaz de sortear todo tipo de adversidades. De hecho, pienso que la mirada infantil es una constante en su cine, pues en sus películas el mundo es visto desde una óptica maravillosa, y lo fantástico aparece integrado en la realidad de forma natural y verosímil. Precisamente, una de sus obras más personales, El aullido del diablo, ilustra muy bien esta premisa. Con todo, no siempre basta la imaginación ante una realidad adversa, como se encarga de subrayar el propio Naschy en uno de los pasajes más amargos de la larguísima entrevista que, en el fondo, es este libro:
“No sé por qué, pero es así. Aquí he tenido que trabajar yo una y otra vez, absolutamente solo. No te digo que en su día no me hubiese gustado recibir la llamada de alguien joven dedicado al fantástico como Amenábar o Balagueró. Habría sido algo bueno, pero ya no quiero que lo hagan si no lo sienten de corazón. He aceptado que cuando Paul Naschy he encontrado trabajo, ha sido porque Jacinto Molina se lo ha dado”
-
Pág.289-.
En la primera parte de Paul Naschy. La máscara de Jacinto Molina, Ángel Agudo logra aunar una serie de cualidades que, a simple vista, parecen irreconciliables, a saber: objetividad y pasión, biografía y mito, realidad y deseo, horror y humor, etc. Para ello, sin ocultar su condición de ‘fan’ absoluto e irredento, opta por un estilo literario más bien sencillo y funcional, y deja que sea el propio Jacinto Molina quien nos cuente, entre otras muchas cosas, cómo nacieron
Waldemar Daninsky, primero (la censura franquista impidió que nuestro licántropo nacional se llamara José Huidobro, y fuese de origen asturiano-Págs. 74-76-) y Paul Naschy, después (el famoso seudónimo es el resultado de unir el nombre del Papa Pablo VI con el apellido de un levantador de pesas húngaro- Pág. 81-). También se nos habla del auge de la compañía Profilmes, la cual llegó a convertirse en la versión hispana de la Hammer; de la apuesta de Naschy por un tipo de cine mucho más arriesgado y personal, cuyos resultados fueron títulos irrepetibles como
Inquisición -1976-,
El huerto del Francés -1977-,
El caminante-1980-,
La bestia y la espada mágica-1983-, o
El aullido del diablo-1988-, y en fin, de su resurgimiento a raíz del estreno de Licántropo.
El asesino de la luna llena –
Francisco Gordillo, 1996-, después de ocho años trabajando bien en cortometrajes o bien en subproductos del calibre de
Aquí huele a muerto. ¡¡Pues yo no he sido!!-
Álvaro Sáenz de Heredia, 1989-.
Asimismo, el libro aborda algunos aspectos de su vida ajenos al cine, como pueden ser su carrera en el ámbito de la halterofilia ( fue siete veces campeón de España, y en sus películas solía cultivar una imagen de ‘forzudo vulnerable’ muy acorde con lo narrado en ellas), su especial sensibilidad para la pintura y las artes plásticas (el descubrimiento de la obra de Gutiérrez Solana fue determinante en la ‘
formación macabra’ del futuro cineasta, cuyo primer trabajo fue diseñar portadas de discos, y que con el tiempo, llegaría a encargarse de un documental sobre el Museo del Prado para una productora japonesa. Tampoco debemos olvidar la huella pictórica presente en filmes como
El huerto del Francés- Jacinto Molina, 1977-, o
El caminante –ídem, 1980- ), o su poco conocida faceta como autor de novela ‘popular’ (escribió varias novelas del Oeste bajo el seudónimo de Jack Mills, pasando a formar parte de esa nómina de escritores integrada por
Marcial Lafuente Estefania,
José Mallorquí, o
Silver Kane/
Francisco González Ledesma, entre otros).
Esta primera parte se completa con una amplia galería de testimonios, tanto de profesionales vinculados en mayor o menor medida al cine de género (aparecen, por ejemplo, el director del Festival de cine fantástico y de ciencia-ficción de París,
Alain Schlockoff; el editor de la revista Fangoria,
Anthony Timpone; el director
Brian Yuzna, o el dibujante
Javier Trujillo) como del propio entorno familiar y doméstico de Naschy (se reproducen sendas cartas firmadas por
Bruno y Sergio Molina, respectivamente; se le dedica un apartado entero a quien fue su esposa y compañera durante cuarenta años,
Elvira Primavera…¡¡e incluso se le reserva un breve espacio a su perrito
Byron, un simpático cachorro de raza schnauzer!!!). Estos últimos, en concreto, enriquecen nuestra imagen de Naschy y nos revelan su lado más íntimo y humano. A todo ello hay que añadir un buen puñado de jugosas anécdotas, que van desde el relato de una orgía digna de figurar en Eyes Wide Shut –Stanley Kubrick, 1999- hasta un rocambolesco encuentro con la mafia japonesa, pasando por ese momento mágico en que el joven Jacinto Molina vio llorar a
Boris Karloff. En suma, un trabajo exhaustivo, riguroso, y apasionado que complementa y a la vez amplía todo lo ya expuesto en aquellas Memorias de un hombre- lobo, publicadas por Alberto Santos Editor en 1997.
La segunda parte del libro, firmada por
Ángel Gómez Rivero, presenta las virtudes típicas de este autor…pero también sus defectos habituales. Por un lado, se comentan todas y cada una de las apariciones de Paul Naschy en la gran pantalla, sin excluir sus intervenciones en series televisivas, cortometrajes, obras de teatro, o video clips, ni tampoco aquellos títulos en los cuales sólo aparece acreditado como guionista. Cada reseña aporta datos sobre el contexto de la producción, anécdotas del rodaje, detalles técnicos sobre la fotografía o los efectos especiales, etc. Ahora bien, este contenido tan interesante no encuentra, a mi modo de ver, un cauce de expresión adecuado, pues la prosa de Gómez Rivero resulta tan alambicada y farragosa que, por momentos, llega a aburrir al lector. En cualquier caso, la información que nos ofrece siempre es relevante, y su dominio de la filmografía de Naschy, indiscutible.
La edición del libro es exquisita, y recuerda, en más de un sentido, a las publicaciones de la editorial Calamar. A lo largo de sus 447 páginas, el aficionado no sólo disfrutará del texto, sino también de los numerosos carteles a todo color y fotogramas de películas de Naschy que lo ilustran y acompañan. Estamos, pues, ante un libro excelente, y sobre todo, necesario, ya que, por una parte, subraya la importancia de Paul Naschy en la construcción de un cine fantástico específicamente español, y por otra, reivindica su condición de cineasta valiente y adelantado a su tiempo, capaz de enfrentarse a temas ‘espinosos’ para la realidad socio-política de su época: así lo corroboran títulos propios y ajenos como
El francotirador –
Carlos Puerto, 1978-,
Comando Txitia.
Muerte de un presidente –
José Luis Madrid, 1978-, o
El transexual-
Jacinto Molina, 1977-. La lectura de Paul Naschy. La máscara de Jacinto Molina supone el mejor homenaje silencioso que podemos rendirle a quien seguirá aullando por siempre jamás en la mente y el corazón de todos los aficionados al fantaterror.
CARLOS IGLESIAS DÍEZ (COHENIANO).