Título: Un lugar donde quedarse
Director: Sam Mendes
Guión: Dave Eggers y Vendela Vida
Producción: Edward Saxon, Marc Turteltaub, Peter Saraf
Producción ejecutiva: Mari Jo Winkler-Ioffreda, Pippa Harris
Fotografía: Ellen Kuras, ASC
Diseño de Producción: Jess Gonchor
Montaje: Sarah Flak, ACE
Diseño de vestuario: John Dunn
Supervisor musical: Randall Poster
Música: Alexi Murdoch
Casting: Ellen Lewis y Debra Zane, CSA
Actores: John Krasinsky, Maya Rudolph, Carmen Ejogo, Catherine O´hara, Jeff Daniels, Allison Janney, Jim Gaffigan, Samantha Prior, Conor Carroll, Maggie Gyllenhal, Josh Hamilton, Chris Messian, Melanie Lynskey, Paul Schneider
Año: 2009
Duración: 98 minutos
Fecha de estreno: 20 de Noviembre de 2009
Según la definición formal, un ser vivo es aquel que nace, crece, se reproduce y muere. Los más afortunados tienen las cuatro cualidades. Los menos, nos conformamos con solo tres. El problema es ¿qué es lo que ocurre cuando una pareja quieren ser más de dos? Obviando intercambios de fluidos y similares, se preparan para una serie de cambios que no siempre son tan fáciles y sencillos como se supone debería.
Este es el arranque formal de “Un lugar donde quedarse”, donde la pareja formada por Burt (John Krasinsky, que os sonará si sois aves nocturnas de la versión americana de “The Office”) y de Verona (Maya Rudolph), deciden buscar precisamente eso, un lugar donde echar raíces, a raíz precisamente de la mudanza de los padres de Burt a tierras del Atomium durante dos años
A partir de aquí, se suceden una serie de viajes por Estados Unidos para visitar a familiares y amigos con el fin de encontrar el lugar más idóneo para criar una hija nonata. Y lo que en manos de un director con menos talento que Mendes se transformaría en unos personajes caricaturizados de si mismos, en una cinta de viajes con la típica metáfora de viaje exterior/viaje interior, se transforma, sin embargo muy gratamente, en un fresco de las familias tipo que no solo pueblan el país de la Coca Cola, si no por magia de la globalización, cada vez más países.
Pero Mendes es un director que, aparte de buen pulso para rodar escenas cotidianas es lo suficientemente inteligente como para dar al espectador la información suficiente para estar en las mismas condiciones que los personajes principales, y por tanto, disfrutar con ellos del descubrimiento (o redescubrimiento) de su pequeño mundo.
Además, con esta película Mendes parece querer reflejar el lado más luminoso de su anterior “Revolutionary Road”, y no sólo por que la película contenga excelentes perlas de humor, si no por toda la atmósfera de simplicidad (ojo, que no de simpleza) y credibilidad, de esa del día a día, que empapa a la cinta de principio a fin.
Pero todo esto no sería posible sin la excelente elección del casting, empezando por Krasinsky Rudolph. El primero por que consigue no desdibujarse a pesar de parecer ser el eterno segundo de a bordo, y la segunda por que es capaz de definir un personaje duro y débil a la vez, pero sin caer en el manierismo ni el exceso. El resto de secundarios, con Maggie Gylenhall a la cabeza, es capaz de dar coherencia a unos personajes que rondan los extremos pero que consiguen caer dentro de la normalidad (para bien o para mal), recordándonos seguro a alguien a quien hemos conocido en algún momento de nuestra vida , o que seguro conoceremos.
Y el mensaje de la película, creo yo, es que para tener una vida en pareja, necesitas crear un espacio en común, que no importa donde sea ni en la condiciones que sea, siempre que hagas lo que realmente quieres y sepas rodearte de aquello que te hace feliz. En definitiva, una película extremadamente recomendable, sobre todo para aquellos que quieren huir de los productos navideños tan típicos de estas fechas y quieran, además, pasar un rato francamente agradable viendo además, buen cine. Lo que se dice una rara avis, vamos.