Hay una canción de Alphaville, de la movida madrileña cuando existía, cuyo título era “De máscaras y enigmas” (que buen título para una película de superhéroes), y sin bien la letra de la canción fue parida en el cada vez más lejano siglo pasado, encaja perfectamente con el espíritu de la película de Ceylan. Vamos, que se siguen cociendo las mismas habas de siempre.
EL trío protagonista son los padres y un hijo ya en edad de, como se decía antes, merecer, pero cuya relación está tan deteriorada como la casa familiar y que igualmente por fuera parece como una casa más, pero por dentro es por donde está el verdadero problema.
Aquí me gustaría hacer un inciso. Resulta curioso que dos directores como Ceylan y Kore-eda hayan elegido para sus últimos trabajos la misma temática: una familia cuyo eje es la desaparición de un hijo y un hermano, salvo que en el caso de Kore-eda la educación es un valor por encima de todo y los personajes se dirigen con respeto hacia sus progenitores, en el caso de Ceylan, las pintan calvas y las relaciones no son ni de lejos tan educadas.
Hay, sin embargo, un intento de hacer las cosas bien por parte de los padres, pero ya se sabe que el Infierno está empedrado de buenas intenciones. Sin embargo, hay que reconocer el merito de Ceylan al llevar la trama por caminos paralelos a los que más fácilmente se podrían llevar, lo que hace que la película empiece a ganar interés a partir de su segundo tercio.
Este excesiva preparación podía haber servido para explorar más a fondo las relaciones entre la familia, pero se desvía hacia la exploración psicológica del hijo adolescente del que no dice nada que no se vaya conocer a los cinco minutos de haberle visto, salvo un excepcional destello de singularidad personal en una escena fantástica en que se invierten los roles madre-hijo y que es todo un punto de inflexión en la película. Lástima que el hijo no llevé más el peso dramático de la historia, por que su reacción podía haber dado lugar a un enfrentamiento dramático que diese alas a la película.
Pro claro, no olvidemos que la película se llama como se llama por que nos empeñamos en no ver, no oír o no hablar sobre todo aquello que, aunque sabiéndolo verdadero, igualmente sabemos que nos va a hacer daño. Pero finalmente, el remedio es peor que la enfermedad, generando el típico efecto de bola de nieve en el infierno de las relaciones familiares.
Siempre se ha dicho que los padres harían cualquier cosa por sus hijos. Y en este caso, no son una excepción. Pero no olvidemos, que los padres y las madres son antes que padres y madres, hombres y mujeres que tienen anhelos y sueños que, por que no, también quieren llevar a cabo.
Y ese es el problema que aborda Ceylan, el desdoblamiento de la personalidad, por así decirlo entre padres y personas, que no por ser una de ellas feliz, la otra ha de serlo a la fuerza. De esta semilla, Ceylan consigue crear una paradoja que refleja, por desgracia, tan sólo las desgracias y miserias de dichas personalidades, transformando la película en un drama tan profundo (rozando con las puntas de los dedos los límites naturales y creativos del melodrama) y descorazonador que la única luz al final del túnel es la de un mercancías viniendo de frente, como reza el saber popular.