JLA de Grant Morrison

Que la JLA es el supergrupo (más por miembros fundadores que por número, y si no cuenten los alistados a la Legión de Superhéroes) fundacional de la DC lo sabe hasta el Marvel Zombie más extremo y que sus conflictos surgen de, como no, tratar de poner de acuerdo a más de tres personas (y eso que no son españolas) y encima si estas se tienen que batir el cobre con supuestos salvadores del mundo (ellos se cargarían a todos y los superviviente seguro que serían dignos de quedarse), pues el comic está servido. Si además le unimos que los personajes ya están curtiditos y que conocemos por donde cojean (aunque en el caso de Batman, más que cojear directamente va en silla de ruedas) y unos villanos cada vez con una mayor conciencia humanitaria (en serio, y si no leed Justicia) el conflicto deriva en una pivotación del concepto de “bueno” y “malo” del que ya no se salvan ni los más pintados (que se lo cuenten al cuello de Max Lord) y que, afortunadamente, hacen que tengan profundidad psicológica y que en realidad, sus disfraces escondan más, mucho más, que su identidad. Así y todo, podía parecer un poco “mas de lo mismo y de los mismos” si no fuera por las geniales “Crisis de identidad” y “52”, total y absolutamente recomendables. De manera que puede que nos hallemos en los albores de una nueva era superheróica, donde los roles no están tan marcados a fuego ni las conciencias y cabezas tan preclaras como se podría suponer. Y si además, está Grant Morrison involucrado, que tiene en esto más mili que el Capitán Trueno, la cosa pinta muy bien. . . o muy mal. Pero ahí está la cosa ¿no? En el conflicto. En que no se lo pongan fácil. En que, por una vez, se sientan como nosotros ante las adversidades de la vida.