La familia. Comienzo y final de felicidades y desdichas. Lo que nos define, bien sea por homología o contraposición. Es, en definitiva una parte de lo que somos y seremos por mucho o poco que nos guste u odiemos. Y dejaremos para otro día el discutir si los amigos pueden llegar a formar parte de la familia, no sea que acabemos dándole la vuelta a las ideas y preguntándonos hasta que punto la familia (consideraciones sicilianas aparte) pueden acabar siendo amigos.
Sin embargo, el cine ha querido ver en este crisol de sensaciones humanas un microcosmos donde experimentar las grandes desgracias y las pocas virtudes del ser humano, que examinadas a una escala menor aparecen magnificadas para bien o para mal. Y resulta curiosamente gratificante ver como estas son las mismas independientemente de que se trate de una familia del barrio de Malasaña o de una de lapones, sobre todo cuando la cercanía de los personajes nos hacen creer que ya hemos vivido las situaciones que sufren de un modo u otro.
Ese es el gran truco que Kore-eda consigue lograr a través de una puesta en escena efectista que no dogmática, pues se nota lo justo como para lograr una atmósfera realista que impregna y a la que impregnan los personajes consiguiendo de esta manera una relación entre si que redunda en sensaciones cercanas a la realidad pero lo suficientemente alejadas de ella como para que los árboles nos permitan ver el bosque.
En realidad, los personajes que desfilan por la cinta de Kore-eda no son más que representaciones humanizadas de los anhelos, deseos y miedos que pueblan toda la raza humana dividida en familias de mayor o menor entidad, y que los controlan de tal manera que hace que sus propias reacciones vayan en contra de sus sentimientos más íntimos, haciendo que sus vidas transcurran por cauces forzados que finalizan en un estado de felicidad supuesta pero con flecos en forma de máscaras que se ponen frente a ellos y frente a los demás para convencerse de que la vida que tienen es la vida que quieren.
Pero no toda la culpa la tienen ellos, pues el suceso detonante de la reunión familiar que antecede a toda la historia, esto es la muerte del hijo mayor, en realidad se produce como consecuencia de la propia educación que le dan los padres.
La habilidad de Kore-eda hace que, en lugar de discurrir por los facilones cauces del drama más académico, opta por dibujar un fresco compuesto por las diferentes facetas de los personajes, que forman un puzzle en el que debajo de la primera capa de piezas se encuentra la verdadera naturaleza del dibujo, que a veces sale entre los entresijos de lo que ellos llaman una vida normal y que sirve para darle color y algo de vida al día a día familiar. El principal problema de los personajes es que se niegan a conocerse a si mismos para descubrir que es lo que en realidad quieren y en que han fallado para conseguirlo, dotando a la cinta de una asombrosa capacidad de conseguir sorprender al espectador a traves de situaciones ya vistas y vividas bien en otras películas semejantes o bien en carnes propias.
Kore-eda lo logra a traves de una óptica que consigue dejar bien claro cuales son las intenciones de cada miembro de la familia y que quiere de los demás, pero sin obligar en ningún momento a la historia a ir por derroteros conocidos y alejándose del territorio de la convencionalidad para radiografiar exhaustivamente las motivaciones ocultas o no a simple vista y la necesidad de encontrar en este mundo un sitio en el que encontrarse a gusto, lo que no siempre se logra incluso a pesar de su gran necesidad, necesidad que a pesar de ser buscada no logra aliviarles de la carga emotiva que cada uno lleva.
Y a pesar de eso, la vida debe de seguir. Debemos de seguir caminando. A pesar de que se aun camino hollado antes por inumerables generaciones de nuestra família y que a nosotros nos parezca novedoso, auqneu el paisaje d efondo se empeñe en hacernos sabre lo contrario.
La lección que nos imparte Kore-eda es bien sabida por aquel que conozca un poco el saber popular, pero a través de un juego de espejos en el que, realmente no se salva nadie, pues ya se sabe que a los padres, primero se los admira, luego se los comprende y por último, se los perdona, lo que se puede aplicar a los padres y a los hijos que se vuelven padres.
Quizá el miedo a este fin sea el que obliga a cierto acartonamiento en los comportamientos, conseguida a través de la relación mantenida entre ellos que en ningún caso llega a ser sincera del todo, a través de preguntas vitales cuyas respuestas se espera sean las adecuadas.
Pero eso no significa que sean necesariamente sinceras.