RESEÑA DE “EL PRÍNCIPE DE LAS TINIEBLAS” –John Carpenter, 1987-.
Por Coheniano – Carlos Iglesias Díez-.
Hola a todos:
Antes de entrar en materia, me gustaría dedicar esta reseña a la memoria de mi padre, que, como algunos sabréis ya gracias a Paperman o Ricci, se fue el pasado 7 de mayo.
Estos días estoy recordando muchas cosas, y entre ellas, me he dado cuenta de que mi pasión por el cine fantástico y de terror también se la debo a mi padre (todo un fanático de las películas de la Hammer, y de las pelis de monstruos japonesas). Espero que no os parezca mal que quiera, por lo tanto, dedicarle las líneas que siguen.
“El Príncipe de las Tinieblas” constituye una rareza dentro de la filmografía de John Carpenter, a la vez que un compendio de los rasgos estilísticos más destacables de su obra.
Esta aparente contradicción se debe, por un lado, a la temática que la película aborda, hasta entonces ignorada por Carpenter – el satanismo y las posesiones diabólicas-; por otro, al momento concreto en que decide abordarla –el año 1987-.
Y es que, a finales de los 80, ya casi había remitido la fiebre satanista que dominó el cine de terror de la década anterior, dando lugar a obras maestras del calibre de “El exorcista” –William Friedkin, 1973-, “La Profecía” – Richard Donner, 1976-, o “La centinela”, -Michael Winner, 1976-. No obstante, el tema aún coleaba en productos híbridos como “El corazón del ángel” – Alan Parker, 1987-, o bien en otros que optaban claramente por una vía desmitificadora y humorística en clave gore, como es el caso de “Posesión infernal” – San Raimi, 1981-, o del díptico “Demons”, del tándem Lamberto Bava/Dario Argento, -1985-1986-. (como bien señaló el amigo calvo , la undécima película de Carpenter guarda no pocas coincidencias con el primer “Demons”)
“El Príncipe de las tinieblas” bebe de ambas tendencias, es decir, mantiene la austeridad formal y el tono grave que imperaban en aquellos clásicos de los años 70, e introduce asimismo ese componente excesivo, vísceral, y explícito que caracteriza los mejores títulos de Argento, Fulci , Soavi , y otros directores de la escuela italiana de terror.
Todo ello sin que Carpenter renuncie en ningún momento a su propia personalidad autoral, pues hay una línea de continuidad muy clara entre su primera película, “Asalto a la comisaria del distrito 13” -1976-, y la que nos ocupa, sin olvidar tampoco las que median entre ambas, y obedecen a idéntica estructura narrativa y formal, como “La niebla” -1980-, “La cosa” -1982-, o incluso la muy denostada pero deliciosa “Golpe en la pequeña China” -1986-. Lo que unifica a todas estas películas es el hecho de estar protagonizadas por un grupo de individuos que deben de enfrentarse a una situación peligrosa, sobrenatural, o terrorífica, que les sobrepasa. Tampoco hay que olvidar que entre todas estas cintas se producen trasvases de actores y técnicos de una a otra , por lo que resultan fácilmente intercambiables.
A diferencia de lo que ocurría con “Pesadilla Diabólica” o “El beso de la pantera”, no me resulta fácil resumir el argumento de “El Príncipe de las tinieblas”. A grandes rasgos, podríamos decir que la historia comienza cuando un sacerdote encuentra, en el sótano de una iglesia abandonada, un recipiente cilíndrico que contiene un líquido verdoso. Al mismo tiempo, descubre también la existencia de una secta secreta, llamada la Hermandad del Sueño, que hasta ese momento se había encargado de custodiarlo. Para desentrañar el enigma del recipiente, y de su misterioso contenido, el sacerdote contrata los servicios del profesor Howard Birack, quien se trasladará a la iglesia junto con un grupo de alumnos…sin sospechar siquiera que entre sus muros librarán una encarnizada batalla contra el Mal más absoluto. Y es que, como indicaba la sugerente frase promocional impresa en la carátula de la edición en VHS, “Ha dormido por siglos. Ahora…se está despertando”.
Renunciando a contar una vez más la típica historia de “posesión diabólica + niño”, y bajo la modesta apariencia de una producción de serie B, Carpenter nos ofrece aquí un ensayo de tintes metafísicos sobre el origen y la naturaleza del Mal, focalizado en ese oleaginoso líquido verde que gira sin cesar dentro de su recipiente, y es capaz de convertir en zombie a quien lo ingiere. La conclusión a la que llega la película no puede ser más desoladora: el Mal es ubicuo e inextinguible, y puede transmitirse incluso a través del aire, contaminando por igual a seres vivos microscópicos (gusanos, hormigas, abejas, cucarachas, e insectos de todo tipo), y a seres humanos (aquí habría que citar a esa espectral pandilla de vagabundos comandada por Alice Cooper – sí, habéis leído bien…-, que matará a todo aquel que intente abandonar la iglesia). Para subrayar su tesis, Carpenter recurre a una puesta en escena y a una fotografía que resaltan la oscuridad y la extrema sordidez de los espacios, tanto interiores como exteriores, por donde se mueven los personajes: las dependencias de la Facultad, por cuyos jardines pululan los gusanos; el apartamento de uno de los protagonistas, Brian, cuya soledad tan sólo se ve alterada por la eventual presencia de Katherine; el sótano de la iglesia, iluminado por miles de velas, y con sus paredes tapizadas de crucifijos; los largos y siniestros pasillos por los que los zombies persiguen a los supervivientes, etc.
A todo esto se suman unos insertos, de textura granulosa y televisiva, que visualizan las premoniciones del futuro y las pesadillas recurrentes que acosan a los protagonistas.
Por lo demás, la tan mencionada influencia del cine de terror italiano, en general, y de las películas de Dario Argento, en particular, se hace patente en “El Príncipe de las Tinieblas” a través de varios elementos visuales: el recipiente y su contenido van acompañados de un libro milenario, “escrito en latín, copto, y griego”, que recuerda tanto al “Necronomicon” lovecraftiano como al “Libro de las Tres Madres”, que desencadenaba el horror en “Inferno” – Dario Argento, 1980-; la profusión de insectos asquerosos que presenta la película corre paralela a las que podemos apreciar en títulos del maestro romano, como “Suspiria” o, sobre todo, “Phenomena” – esta última, además, coprotagonizada por Donald Pleasence, a quien tambien podemos ver aquí interpretando al viejo sacerdote-; el diseño y la planificación de algunos asesinatos parecen extraídos de un ‘giallo’, como, por ejemplo, el del joven científico que muere atravesado por el eje de una bicicleta (¡!!), o el del personaje de Frank, que recibe una larga serie de puñaladas mientras está siendo devorado por las cucarachas, en una escena que parece una revisión de aquella otra (que yo aún soy incapaz de ver) de “Inferno”, donde Sacha Pitoeff era atacado por las ratas, y finalmente, asesinado.
Además, la forma que tiene Carpenter de presentarnos a los zombies-demonios, así como el uso que hace de los espejos – vistos como la puerta de entrada del Diablo en nuestro mundo-, nos remite a la saga “Demons”, como antes indiqué. Otro aspecto importante de la película son sus diálogos, delirantes y plagados de “cientifismos”, en los cuales se llega a afirmar, entre otras cosas, que “Jesucristo era de ascendencia extraterrestre, pero de una raza de aspecto humano” (¡!!!!).
Lo más curioso es que frases como esta son pronunciadas con la máxima seriedad, no pudiendo detectarse ningún rasgo de humor en una película caracterizada por la auteridad, la tristeza, y el pesimismo más radicales ( de hecho, los escasos momentos humorísticos, introducidos mediante el personaje de Walter, chirrían bastante dentro del conjunto).
Por útimo, no quiero dejar de comentar que la película apunta una subtrama amorosa que se verá truncada por el propio desarrollo del relato, y en la cual tiene más peso lo que no se dice y sólo se sugiere ( Katherine mantiene una relación conflictiva con los hombres debido a un trauma cuya explicación se nos hurta), que lo que se muestra en pantalla (Katherine es incapaz de adquirir un compromiso serio con Brian).
En cuanto a los actores…, no hay mucho que decir, salvo que el gran Donald Pleasence (como el sacerdote), y el entrañable Victor Wong (como el profesor Birack) bordan sus respectivos papeles, siendo eficazmente secundados por un grupo de jóvenes intérpretes de quienes apenas tengo datos, como Jameson Parker (Brian), Lisa Blount (Katherine), Dennis Dun (Walter), o Susan Blanchard (Nelly). Para la banda sonora, el propio Carpenter volvió a ponerse tras los sintetizadores, ofreciéndonos una música de inquietante monotonía, acompañada por fantasmales coros de iglesia.
Espero que esta reseña sirva para que calvo, a quien no le gustó demasiado la película cuando la vio, se anime a echarle otro vistazo!!!.