Título: Beyond reanimator
Director. Brian Yuzna
Guión: José Manuel Gómez
Producción: EE. UU y España (Julio Fernández)
Actores: Jeffrey Combs, Elsa Pataky, Santiago Segura, Jason Barry
Año: 2003
Duración: 90 minutos
Hay imágenes que quedan grabadas en la retina y subconsciente colectivo del respetable y que, de manera inevitable reaparecen automáticamente en el momento, punto y hora en el que se evoca la película adecuada. Si en los anteriores reanimator, la imagen icónica por excelencia resultaba ser al sacrificado (o sacrificante) doctor West y su mejunje verde fosforito en una jeringa tamaño familiar y una mirada entre la expectación y la frivolidad, en este tercer caso, lo que se me viene a la mente es, reconozcámoslo abiertamente, a Elsa Pataky enfundada (nunca mejor dicho) en ese peculiar body de color hemoglobínico y destilando toneladas de morbo por centímetro cuadrado.
No es este el momento ni el lugar donde empezar un siempre interesante debate acerca de la relación entre Eros y Thanatos, sobre todo, sin tener cerca al sufrido de Jonathan Harker (¿sufrido? ¡Já!), así que dirimiremos la cuestión tirando por la calle de en medio y cogeremos la intertextualidad del icono por los cuernos, haciendo paralelismos entre el color del body de la Pataky y el de la sangre fresca.
Pero pongámonos en antecedentes, después de todo. En este tercera entrega, al bueno del Dr. West (¿se imaginan una clínica West-House?) da con sus huesos y gafas en la cárcel, después de la masacre (control de plagas, seguramente lo llamaría West) de Miskatonic. No es que a Jeffrey Combs (como actor) se le den especialmente mal las prisiones. Baste recordar el papel que construía alrededor de un genio neurótico, friki y gafotas (que tendrán las gafas que el que se las pone parece más listo de repente. . . . bueno, menos los de Matrix) en Fortaleza infernal.
A pesar de que la película se desarrolle de manera importante dentro de una prisión, no se da en este caso la estructuración típica de las películas carcelarias (
Brubaker, Cadena Perpétua) e incluso las que la usan de excusa argumental sean o no de terror (
La Roca, Slaughterhouse Rock), ya que la principal característica de ellas, la ausencia de libertad y el aislamiento, ya estaban más o menos implícitas en las anteriores películas de la saga por diferentes motivos.
En este caso, se nota un desgaste y un cansancio en el propio West, a través del cual se autorejuvenece la propia saga y que, hasta ahora ha dado para una futurible cuarta parte, dirigida por el propio Yuzna (
House of Reanimator) y para una serie (
Herbert West, Reanimator).
En este caso, parece que el doctor West ha llegado a la crisis de los 40, manifestando una crisis de fe que le hace pensar que su panacea universal no es merecida, ni mucho menos, por aquellos que en principio deberían de tratarle como su salvador (algo que puede ocurrir a cualquier médico y que en principio, el juramento hipocrático trata de combatir), por lo que se refugia en su propia inteligencia mientras ve a personas de menos valía mandar sobre el. Pero tranquilos, que la situación no durará mucho, sobre todo cuando hay por en medio una hermana de 14 años muerta y la frustración de un hermano ante la inevitabilidad del destino final de cualquier ser humano. O casí, que para eso ya tenemos a gente como West.
El problema es, como de costumbre, que West sigue siendo un total incomprendido (los demás le llamarían loco) por querer ser quién es y querer hacer lo que cree su deber, por que a pesar de estar en la carcél, el todavía piensa en la posibilidad de que exista una redención, pero no para el, si no curiosamente para los que le han llevado a la carcél. No los responsables directos (que ya pagaron su peaje por tratar de aprovecharse de el), si no la sociedad entendida como un todo, de la que se siente aparte.
Esto puede parecer una gran idiotez o una chispa de ingenio, depende, si consideramos que en una prisión y por síndrome de Estocolmo, uno puede acabar creyéndose las promesas del alcaide, o si vemos a West como alguien capaz de ver más allá de sus narices y la montura de sus gafas a un mundo que el considera imperfecto y por lo que empezó a investigar por primera vez.
La cárcel de la película no era un decorado, después de todo.
El punto de vista adaptado por West es, una vez más la de un dios que mire las hormigas, aunque despojado de su poder sobre la muerte, poco más puede hacer que observar y esperar a su momento, que sabe que llegará por conocer más el corazón humano que sus coetáneos. Y no por poder acceder a un laboratorio para preparar, de nuevo, su bálsamo verde, en un vano intento de llevar el fuego de Prometeo a los mortales (o bien su sangre a sus creyentes), confiando una vez más en que esta vez pueda llegar a donde merece, y sin duda estar, según su propia lista de creencias y vanidades personales.
Ese es el verdadero poder de West, al igual que el de otros genios a lo largo de la historia de la humanidad y que al igual que ellos, siempre acaba siendo en el mejor de los casos, olvidado, y en el peor, condenado a la hoguera por ir contra los postulados de la naturaleza, argumento que esgrimen precisamente gente que sienten envidia de que alguien como el haya conseguido lo que, al igual que West, piensen que esta destinado solamente a ellos. Este destino esta definido como el control del destino de las personas, siempre enarbolando la bandera de que lo mejor para todos es que estén gobernados por ellos en diferentes modos, y que nadie, bajo pena de ser rechazado por la sociedad, curiosamente representada por ellos mismos con su misma mismidad, deben de señalar las fisuras de un sistema que no deberían de existir por que ellos deberían de haberse encargado evitar. Lo que se llama un choque de egos, vamos. Y claro, el pobre Herbert siempre lleva las de perder. Con esa cara de genio despistado, que iba a esperar.
Papá Yuzna
Que el mundo cambia, es un hecho constatado, y que el que West no lo haga de manera profunda demuestra cuanto es capaz el personaje de mutar para adaptarse a las nuevas situaciones y sobrevivir a ellas, y no solo seguir a la masa adoptando los postulados de una sociedad incapaz de seguir creyéndose (o eso debería de ser en un mundo perfecto) sus propias mentiras en forma de promesas imposibles de cumplir.
Esta autodefensa de West le ha llevado, en su periplo vital a dar, literalmente, con sus huesos en la trena, y si bien eso ha mermado su capacidad de respuesta, para nada ha conseguido erosionar su intelecto, que una vez más le hará prever el comportamiento de sujetos que se creen más inteligentes que el, y permanecer al margen mientras se anulan entre si para luego pasar tranquilamente por el campo de batalla, demostrando que no es más listo el que lucha, si no el que vive para contarlo.