Permitidme tratar de adivinar en lo que estáis pensando. Que una película coreana de cerca de dos horas y media de duración y sobre una mujer marcada por el drama (o melodrama), no va a resultar precisamente la primera elección (o segunda o tercera) para dejarse una parte del sueldo de mileurista (quién lo tenga) y más en tiempos de crisis.
Pero dejarme deciros que también se suponía que España siempre caía derrotada por Italia en cuartos de lo que sea, y que el fútbol era un deporte donde jugaban once contra once y siempre ganaban los alemanes. Y mira tú por donde, pudieron.
Consideraciones épico-deportivas aparte, lo que quiero resaltar es que no siempre lo obvio resulta ser verdad. Algo parecido ocurre con Secret sunshine, aunque a fuerza de ser sinceros, la película se parte en dos por un cisma consigo misma alrededor de su último tercio. Pero antes de eso, resulta ser una excelente lección de cómo y cuando tratar la humanidad cinematográfica desde de un punto de vista casi documental, pero que nunca se aleja de esa extraña mirada que sólo se puede lograr a traves de la visión alejada de la realidad impuesta por la vida pero cercana a un ideal cinematográfico, que no estilístico.
En realidad, lo que sucede es que se ha conseguido transplantar la manera de ver la vida de una mujer y de un pequeño pueblo hasta el extremo que se nos hace participe de ella como si fuéramos uno más de su habitantes, tanto es el grado de realismo inventado (entendiéndose como tal una forma de representarlo acorde con una humanidad alejada de prejuicios y violencias) que en realidad poco da que se trata de un pueblo de Corea, ya que las actitudes y personajes son intemporales y excelentemente representados, creando una atmósfera de familiaridad que rompe esa sensación de estar viendo algo irreal que perlan películas de vocación similar.
Esto puede hacer que el personaje principal, proveniente de una intensa experiencia personal se presente como una farsante, pero en realidad no es para nada extraño su manera de ver la vida teniendo en cuenta que no esta sola en ese viaje y que la partida no fue, en realidad, tan traumática como podía imaginarse.
La estructura vital del personaje principal se ve claramente deteriorada debido a sus propias acciones y cuando estas se ven reflejadas en su principal preocupación, lo que ahora si le hacen caer en una espiral de autodestrucción, más interna que externa, actuando de esta manera de demiurgo de su propio destino y dejando al personaje preparado para la siguiente parada de su viaje personal.
Hasta ese momento, los posibles daños colaterales de su actividad vital tan sólo se habían constreñido a su ambiente extremadamente personal, pero cuando decide exponer sus problemas al resto del mundo, en busca de un poco de paz interior, es cuando la película entra en un terreno extraño, aunque quizá la culpa no sea de ella, si no de que en realidad, ninguna o muy poca gente sabría que hacer en esos amargos momentos, por lo que en realidad, cualquier acción que se tome nos resultará extraña y fuera de lugar.
Pero en realidad este cambio de registro no es más que la posibilidad de redención que busca desesperadamente, aunque más que eso lo que realmente necesita es la posibilidad de hallar una excusa para seguir adelante, refugiándose en lo primero que parece proporcionarle un poco de alivio.
De esta manera, el personaje entra en una nueva espiral, aunque menos marcada que la anterior, de autoengaño en la que se verá arropada por otras personas que, como ella, buscan igualmente algo de paz y felicidad, obviando la realidad y transformándose en una especie de comunidad en la que todos presentan creencias comunes, regionales y globales. Y debido a la laxitud de sus postulados, se produce la paradoja que empuja a la protagonista a darse de nuevo de bruces con la realidad y a volver del paréntesis en el que se había alojado de su vida anterior, rompiendo el débil caparazón que se había empezado a construir a base de la creencia de que el destino de las personas no es, ni tan siquiera en parte, del todo suyo.
Pero este pequeño viaje tan sólo sirve para volver a un punto más profundo de sus decepciones diarias y transformarse en una persona mucho más alejada de la realidad, si cabe, que sus coetáneos y volviéndose directamente contra sus antiguas (pero relativamente nuevas) creencias a través de ellos para conseguir tener un poco de paz a través de algo tan mundano como la venganza, oscilando el personaje desde un extremo a otro de las múltiples facetas que podemos tener todos en función de nuestra situación personal. Lo más curioso es que el resto de personajes, en lugar de coger el toro por los cuernos y enfrentarse con la realidad de la protagonista, se refugian en una clase de ayuda aséptica y muy poco práctica en realidad, fundamentalmente por miedo a descubrir que sus creencias no sirven para según que cosas, por mucho que en un principio ofrezcan soluciones que se revelan huecas y poco efectivas después de todo.
Y es que al final, la protagonista descubre que, por mucho que quiera, no se puede vengar de alguien que, en principio, sabe exactamente lo que vas a hacer en cada momento, e igualmente por que el instinto de supervivencia es superior a todo ello, actuando de manera automática, instinto que se revela finalmente en una escena clarificadora y metafórica, demostrándose que no necesita ayuda de nadie para seguir su camino ni para cambiarlo, enfrentándose por fin a sus demonios interiores, por más que el resto se empeñe en ayudarla.
Pero, ayudándose también ellos para sus fines.
Esto revela que el ser humano siempre busca la oportunidad de medrar en la vida a través de otros, disfrazando ese uso de las personas con multitud de conceptos que, no por antiguos, han de ser necesariamente buenos. Ahora, que ella, quizá haya aprendido a su vez que en la vida a veces es mejor obviar a la gente y dejarla hacer, adoptar un perfil bajo para que, por fin dejen de preocuparse por su vida y la dejen hallar su propio, personal e intransferible, rumbo personal.
Esa es su elección. Y también su lección.[/justify]