Título: Séraphine
Director: Martin Provost
Guión: Martin Provost y Marc Abdelnour
Producción: Milena Poylo y Pilles Sacuto
Actores: Yolande Moreau, Ulrich Tulkur, Anne Bennent, Geneviève Mnich, Nico Rogner, Adélaïde Leroux, Serge Larivière, Françoise Lebrun
Año: 2008
Duración: 125 minutos
Afirma Yolande Moreau (la Séraphine del título) que trabaja de manera instintiva. Y viendo el resultado, no podría estar más de acuerdo con lo que Martin Provost, director y medio guionista de la película afirma a su vez acerca de ella. Yolanda, según el, no interpreta a Séraphine Louis, si no que la encarna. Esto convierte a la película en algo mucho más interesante que una mera biopic, y se transforma en un enriquecedor viaje para el espectador a traves de la vida, alma, misterios y arte de “la sin rival”, como dicen que llegó a conocérsela entre los círculos artísticos de la Francia anterior y posterior a la primera gran guerra.
Yolande y Séraphine
Pero la vida imita al arte, y ese era el gran obstáculo funcional de la película, pudiendo haber derivado hacia terrenos conocidos en la vida de los artistas y dejar de lado su lado más espiritual y humano, sólo que con Séraphine estaban tan intrínsicamente unidos que es imposible desgajar el uno del otro siempre y cuando se desee hacer un relato coherente y lo más completo posible.
Lo que hace especial a Séraphine (la película) es precisamente el peculiar acercamiento a la figura de la pintora que se ha logrado a través de la mirada de Martin Provost. Su punto de vista se basa en el progresivo alejamiento y acercamiento a través de personajes secundarios o no tanto, como es el caso de su descubridor, amigo, mecenas y marchante Wilhelm Uhde (Ulrich Tukur) que es uno de los principales impulsores de la carrera artística de Séraphine de Senlis. No se debe de confundir, sin embargo con su fuente de la inspiración, ya que esta venía de instancias mucho más altas, obteniendo su fuerza creativa a través de contactos místicos y siendo fuertemente influenciada por la naturaleza mediante su contacto íntimo, de manera que sus pinturas evocan una encarnación del espíritu de naturaleza en lugar de ser una mera interpretación. De esta manera hemos llegado a un punto en el que se pueden colocar de manera paralela las pinturas de la verdadera Séraphine y la interpretación de Yolanda Moreau, observando como entre unas y otras hay un flujo de identidad y de realismo que resulta extrañamente obvio si hemos de creer las palabras de Martin Provost al respecto.
Quizá no se podría haber hecho de otro modo, aunque a pesar de este gran acierto de casting (César 2004 y 2007 a la mejor actriz), la película podría haberse quedado hueca, sin alma ni contenido, ni nada que le diera calor y vida y que pudiera transmitirlo de manera efectiva, si se hubiera limitado a narrar linealmente y de manual los sucesos acaecidos en la vida de la pintora francesa. Provost opta, no por explicar los mecanismos internos que la llevan a pintar casí como si fuera una necesidad vital imperiosa, si no en como afecta eso a su vida y a sus relaciones con los demás, dejando la puerta abierta del personaje a traves de pequeñas acciones diarias y comunes al resto de los mortales pero que en Séraphine no son más que la excusa para seguir pintando.
La auténtica Séraphine Louis
En realidad, a Séraphine tan solo le interesa pintar. Parece que el resto del mundo existe tan sólo para poder proporcionarle herramientas con las que llevar a cabo su arte, tanto concretas como abstractas. En realidad esto puede dar pie a pensar que usaba al resto de sus coetáneos con el fín último de pintar, cuando lo que realmente hacía era anteponer esa necesidad antes que otras básicas, como le requiere el encargado de la papelería donde se aprovisiona de materiales, cosa que ni incluso una guerra mundial puede evitar.
En realidad, si se lee entre líneas, el avezado lector habrá caído hace tiempo en la cuenta de que resulta imposible hablar de la película sin hablar de Séraphine, pero es que Séraphine es la película. Es el motor que impulsa la acción, aunque a veces este en segundo plano, pero jamás olvidada, como si fuera un elemento más del paisaje pero que resalta por encima de los demás. De hecho, es gracias a este mecanismo cuando se evita el perder la visión de Wilhelm acerca del peculiar modo de vida y del arte de Séraphine, a pesar que, tras huir precipitadamente tras la Primera Guerra Mundial, se consuele pensando que Séraphine estará muerta. Esto puede no resultar tan extraño si lo juzgamos desde el punto de vista de alguien que cree haber traicionado, más que a una artista, a una amiga y buena persona, siempre dispuesta a hacer lo posible por ayudar a los demás a pesar de que a ella no le ayude, en principio, nadie. Y todo por que es feliz pintando.
Tan sencillo y tan complicado como eso, en un mundo donde si te salías de la norma, eras mal visto por los demás (no es este el momento ni el lugar, pero a veces, por desgracia, las cosas cambian demasiado poco). Este comportamiento, no se aplica a Séraphine, debido precisamente a su trato con los demás y que, hasta el final de su vida, no hubo trazas de un comportamiento perturbado, lo cual le ayudó a integrarse en la pequeña población de Senlis. Curiosamente, se empieza a abrir a los demás cuando se dedica a pintar de manera exclusiva, abriéndose a los demás por la sencilla razón de que es feliz y no tiene que preocuparse, gracias de nuevo a Wilhelm, de prácticamente nada.
En realidad, Séraphine más que una película podía ser un cuadro de la misma pintora, por lo cuidado y detallista de su producción, por el cariño que se ha puesto en crear unos personajes sólidos por fuera pero no de una pieza y unidimensionales, a excepción de la solidez de sus interpretaciones, la pasión que se ha puesto en seguir la trayectoria vital de la artista y el apoyo en la propia obra de Séraphine como complemento de la propia Séraphine y ejemplo de lo que una mente, en principio y por error, tomada por sencilla, es capaz de ver en la cotidianeidad de la vida.