Resulta difícil, en principio, definir una película como Carmo. Así, a bote pronto se la puede equiparar a un cóctel que al final, ciertamente deja un buen sabor de boca, pero que en el que se degustan elementos amargos, otros mal mezclados con el resto, algunos fuera de lugar y por último unos cuantos sobrantes, a modo de esas sombrillitas, bengalas y similares que resultan atractivas, si, pero que a lo sumo tan sólo sirven para churruscarte o sacarte un ojo. Y si a todo esto le unimos unas gotas de realismo fantástico para aderezar el conjunto, imaginarse el resultado es fácil, pero un tanto mareante.
En cualquiera de los casos, se pretende haber mezclado coherentemente unas partes con otras, lo cual da lugar a un arranque de la película que es heredera directa, en estilo, de las primeras películas de Guy Ritchie, para luego pasar prácticamente sin dejar una bocanada de aire fresco al drama urbano, con abuso del plano corto, mezclado a su vez con unos tintes de cine negro y ciertos toques comicos kafkianos a lo “Reservoir Dogs”, que muta en un romanticismo de trazo grueso aproximadamente al final del primer tercio de la película. Esta tónica se mantiene y acentúa a medida que la película se mueve durante sus dos primeros tercios. Sin embargo, hay que reconocer como meritoriamente, que no se espera hasta el final para atar todos los cabos sueltos, con un climax que está situado justo a tiempo para que se pueda disfrutar de el (y de sus consecuencias) sin notar que algo ha quedado en el tintero sin ser explicado.
Pero ha fuerza de ser sincero, esto no es del todo cierto en realidad, pues el personaje de Paca Gabaldón tiene poca explicación en la trama si no se tuvieran en cuenta las gotas de realismo fantástico que impregnan la cinta y que siempre se dan aparejados. Pero de igual manera, no se acaba de comprender los motivos del personaje de Fele Martínez (Marco), e incluso cuando por fin explican, casi al final del primer tercio de la historia, sus motivaciones, no se llega a concretar del todo un internamiento en la psicología del personaje lo suficientemente profunda como para hacernos entenderle extensivamente y dejando a las entendederas del respetable los motivos finales de su comportamiento. Tres cuartos de lo mismo sucede con la protagonista femenina que bautiza la película, a pesar de que en un ejercicio de simetría que se me antoja imposible, se nos tratan de dar a entender el por qué de su modo de vida, aunque si extrañamente las razones de su comportamiento ulterior antes de explicar su comportamiento actual, llegando en cualquier caso demasiado tarde para conectar con el público.
Esto hace que para cuando la película necesita de su apoyo, de que se la cargue sobre las espaldas para hacerla avanzar, esta se quede como atascada en el barro y requiera de la ayuda de personajes secundarios (con, ciertamente, una metáfora excelentemente pensada y llevada a cabo) para seguir adelante y no acabar como un perro tonto que se persigue la cola.
Además, la película se metamorfosea puntualmente en una comedia matizada a su vez con ciertos toques de road movie, que no de buddy movie (lo que deviene en una oportunidad pérdida). En esos momentos son en los que, extrañamente, los personajes parecen ser si mismos momentáneamente, sobre todo durante la escena de la gasolinera, sumando una muesca más en el lado de las oportunidades desperdiciadas para sacar del ostracismo a unos personajes que podían haber dado mucho más de si.
En un cierto sentido específico, la película se asemeja a una de esas imágenes formadas a su vez, por multitud de imágenes más pequeñas, que individualmente no dicen nada pero, en conjunto, si. El problema es que para lograrlo hace falta un punto de vista alejado, casi documental para poder observar la historia en toda su plenitud. A veces esto se trata de conseguir a través de la inserción temporalmente en la trama y de una manera un tanto forzada, de personajes secundarios que sin embargo no son capaces de examinar desde fuera a los personajes principales ni de explicar las motivaciones de los mismos exhaustivamente, haciéndolo tan sólo a medias y desgraciadamente a destiempo.
A todo este conjunto de circunstancias tanto vitales como cinematográficas debe de circunscribírselas dentro de unas coordenadas geográficas, ambientales y personales para tratar de entender la película. Los personajes principales, Marco y Carmo, curiosos anagramas que representan la irrevocabilidad de su destino en común así como el que cada uno sea un extraño reflejo del otro, persiguen por la mayor parte de Brasil y de la película a un McGuffin que en realidad representa una vida mejor, o bien la misma vida que llevaban hasta entonces pero con una mayor libertad aparejada, y que les hace ser ejecutores de acciones extremas sobre todo en lo referente al personaje que ellos crean para los demás y creen para si mismos, rompiéndolo al admitir su miserias y liberándose de si mismos y del resto de su carga, tanto real como emotiva, dibujando con trazos bien finos, bien gruesos, el destino final de los protagonistas que cambian, casi de igual manera que los paisajes de Brasil, Bolivia y Argentina por los que transitan en busca de un poco de paz para si mismos a pesar de ser si mismos.[/justify]