Si hay dos géneros cinematográficos que, extrañamente, maridan a la perfección, son el fantástico y el western, si bien es cierto que hasta la fecha nadie se ha atrevido a dar nombre, ni mucho menos a definir los límites formales del retoño o bastardo, según gustos.
Sin embargo, a pesar de no estar oficialmente bautizados, se le conoce por una ristra de alias tales como “El valle de Gwangi”, la televisiva “Las aventuras de Brisco County Junior” (aventuras vaqueras de Ash cuando era Ash y de Raimi cuando no era ni súper ni heroico), “Regreso al Futuro III”, e incluso “Wild Wild West”.
Quizá el secreto de que esta unión funcione sea que en la época de la conquista del Oeste, entre la exploración de regiones desconocidas e indómitas, el descubrimiento de nuevas culturas, mitos y religiones (tratadas de borrar a base de sangre, fuego y “fe verdadera”), y descubrimientos científicos (desde la tarántula a vapor de Loveless hasta el Delorean de Brown), literalmente, todo podía pasar (y no, no es un guiño a la apertura de Indiana Jones y el Templo Maldito), coordenadas artísticas que, en definitiva, comparte con el fantástico, por lo que la transición de uno a otro se puede conseguir sin tener que hacer excesivas (o ninguna) pirueta argumental.
Pero, de vuelta a casa (nunca mejor dicho), House II no retoma la historia en el punto anterior y final de la primera parte, si no que parte de otra casa y protagonista, si bien estos últimos si que comparten un profundo sentimiento de desarraigo familiar, acentuado y acrecentado en este debido a la total inexistencia (o casi) de toda la familia del segundo de los protagonistas de la saga.
En realidad, la película pasa del tono de comedia negra que impregnaba la primera parte de la saga, a una comedia mucho más clara, usando como elemento introductorio una calavera de cristal (prima hermana de las mismas con las que Spielberg y amigos detonaron en su momento las coordenadas del heroísmo de principio de siglo (pasado)), calavera que no es más que la excusa para la existencia como tal de la casa y por ende, de la película.
La película, pues, se mueve más a través de la comedia que del terror, pero sin llegar a olvidar del todo a este último. De hecho, en algunos aspectos resulta innovadora en lo que a este género se refiere, redefiniendo estereotipos basados en el miedo a lo extraño y transformándolos en el camino a seguir por la historia a través de un pequeño esfuerzo de acercamiento y normalidad por parte de los protagonistas. Por que en el fondo, todos somos raros y de no aceptarlo es cuando se producen desajustes en la conducta interna de los personajes dando lugar a gente “normal” pero que les rechinan los dientes por no poder ser como ellos querrían ser y dejarse engañar por lo que se supone que la sociedad (sea lo que sea eso) quiere que sean, de los que son claro ejemplos el resto de los personajes principales que pululan en mayor o menor medida por la casa.
Sin embargo, los personajes que quieren recuperar la calavera para sus propios (e indignos) propósitos son reclamados, a su vez, por la propia calavera, cuya función también parece ser la de actuar de catalizador para conseguir sacar lo mejor (o lo peor) que llevamos dentro, como le ocurre al protagonista de la cinta, capaz de sacrificar su felicidad para volver a tener lo más parecido a una familia que es capaz de conocer. Como todo sacrificio debe de tener su recompensa, la calavera sabe compensar (en el sentido más estricto de la palabra) al protagonista por su duro afán de protección, devolviéndole lo que por su culpa ha perdido, evocando metáforas religiosas simples e igualmente funcionales, pues no olvidemos que la calavera tiene todo un culto religioso asociado de la que la casa es templo.
La película juega con diferentes escenarios y personajes, todos extraídos del interior de la casa (o bien, del cementerio más cercano, según) que siguen la pauta común de tratar de conseguir la calavera para sus propios propósitos, calavera que actúa como Deus Ex Machina, guiando al protagonista a través de los diferentes paisajes que conforman la casa para conseguir recuperarla (a la sazón de la Atenea de Los Caballeros del Zodiaco) y devolverla a un lugar seguro y a la vez necesario para la conservación de la familia, actuando como metáfora de los lazos familiares que deben de ser protegidos y conservados a toda costa, siendo el hogar familiar la mejor representación de los mismos, y estando este lugar extrañamente localizado dentro de la propia casa.
Pero no estará sólo en esta búsqueda, ya que tendrá el apoyo incondicional de su mejor amigo (no en vano, hay veces en que los amigos son mejores o bien parte como tal de la familia) y de, puntualmente un electricista muy especial (genial el tramo de la película donde aparece) y que además personifica la naturalidad de vivir a salto de mata deshaciendo entuertos, que al fin y al cabo no es algo tan especial, pues día a día todos nos enfrentamos a retos cuya resolución nos puede llevar por los diversos caminos de la vida. En cualquier caso, todos los aficionados al género deberíamos de tener en la agenda del móvil su teléfono, por lo que pudiera pasar.
A través de la aventura, el protagonista descubre que no se puede vivir anclado en el pasado ni en una sociedad que no encuentra natural las cosas que el si, aunque para ello deba de enfrentarse con la raíz de su mal (aunque el clímax de la película adolece de una resolución más imaginativa como en el caso de la primera parte) pero no que sin embargo no logra acabar con todos sus problemas (lo que en otras cintas suele ir aparejado, con finales en los que parece que de repente se les haya acabado el presupuesto para película), dándose cuenta de que, una vez finalizada su búsqueda familiar, su lugar natural es dentro de la casa, más concretamente volviendo a sus raíces familiares para encontrarse finalmente consigo mismo y con el mundo en el que se siente más a gusto, sin tener que llevar máscaras para agradar a personas que siempre acabarán juzgándolo sin esperar a que se pueda explicar, y creer, sin embargo, a gente menos aconsejable, mostrando así que quizá los peores monstruos son los que se empeñan, irónicamente, en tratar de se normales.