Ricardo Lara nos presenta el primero (de cuatro) especiales dedicados a analizar una de las sagas mas famosas sobre casas encantadas, la mítica “House”. Este especial incluirá incluso la cuarta parte, inédita en nuestro país y muy posiblemente alguna otra película de semejante temática. A continuación el especial sobre la primera entrega:
Casas encantadas ¿quién no ha tenido alguna en su barrio? aunque que los que crecimos en barrios obreros tuvimos que conformarnos con raídos descampados en lo que se reunían los macarras cuando cerraban los billares (y de los que se rumoreaban que pasaba cosas que te ponían las orejas rojas tan sólo de oírlas).
Pero, censos aparte, la verdad es que las casas encantadas han sido un recurso repetido en el cine de terror, tanto que a pesar de aparecer en grandes películas como Al final de la escalera o La morada del miedo, acabaron perdiendo todo su valor llegando a ser icónicas de los dibujos animados del sábado por al mañana con un gran danés bobalicón dentro.
Pero afortunadamente, siempre hay excepciones, Y sin bien House nada entre dos mundos, pues muy perfectamente se la podía tildar de comedía terrorífica (que no de terrorífica comedia, ese término me lo reservo para algunas comedias nacionales que hace tiempo camparon a sus anchas por nuestra cinematografía), es decir, aunque no se la pueda considerar como una película de terror ad hoc, si que recupera esa atmósfera insana que hace que el espectador se sienta incómodo, pero a la vez a gusto y expectante, por que sabe precisamente, que algo va a pasar.
Pero basta ya de vericuetos. Me estoy yendo por las ramas y eso es justamente algo contrario al espíritu (de la película) de House. Si muestra sus credenciales ya desde el título, es por que quiere evitar (y lo consigue) marear al espectador con una introducción que poco o nada tiene que ver con el postrero desarrollo de la película y que, en el mejor de los casos, resulta fácilmente olvidable.
Otro punto (a favor, creo yo) es que, al contrario que en Poltergeist, no se usa a la típica familia americana como protagonistas. En House, Steve Miner (director, a la sazón, de la segunda parte de Viernes 13. Dios los cría y ellos se juntan para hacer maldades que nos gusta ver), parte ya de una familia desarraigada.
Esto sirve de excusa argumental para que el marido, Roger Cobb, un William Katt (el mismo del traje rojo alienígena) esplendido y creíble, con su personaje en horas bajas, decida volver a la casa de su tía, muerta en extrañas circunstancias justo al arranque de la película, para así poder rememorar su infancia. De hecho, tanta es su obsesión por encontrar un rinconcito de paz, que llega a dormir en sus misma cama, lo que viene a representar el arraigo, las raíces de las que carece que en este momento de su vida.
Pero el principal problema de este tipo de películas es que la excusa argumental, el por que suceden las cosas, suele estar cogida con pinzas y estrechamente relacionada con algún esqueleto en el armario del protagonista. En este caso, la razón tiene que ver con un hecho en concreto del pasado de Roger Cobb, aunque si, lejos de haber atropellado a alguien y haber escondido su cadáver o abusar de algún compañero en el instituto, o cualquier otra chorrada que parece obligatoria en según que tipo de subgénero, el por qué de la desgracia de Roger Cobb, el por qué se ve ahora en esa situación es por que es. . . humano.
Vamos, que si toda buena acción, tiene su castigo, como suele decirse, este es un buen ejemplo de ello. Con esto se consigue un identificación prácticamente total con el buen de Roger, al igual que con sus motivaciones (ocultas en parte hasta para el mismo), y con sus acciones, modelando un personaje en el que, lo poco que chirría, pronto se descubre que es tan solo fachada.
Otro acierto de la cinta es el no usar los manidos clichés del género, como la famosita escena del espejo del cuarto de baño (ahora me ves, ahora no me ves), el uso de la música como elemento indicador de que algo va a ocurrir (y si hay algo que puede matar a una cinta de género, son precisamente estas cosas). . . y similares, transformándolos sin ambages en nuevos recursos narrativos, buscándoles nuevos usos centrándose en le basicidad de los mismos y esbozando nuevos significados a partir de ese mismo punto, que afortunadamente se aglomeran en la trama dándole la consistencia necesaria para aguantar todo el artefacto de la película.
A pesar de que esto pueda hacer pensar que Miner se va por las ramas, nada más lejos de la realidad. Consciente de que lo bueno, si breve, dos veces bueno, es claro y conciso, algo que agradecerán tanto los amantes de la carnaza como los que gustan de un tono fluido en la trama. Si House es lo que es, se debe a que sabe exprimir con acierto e innovar en su momento, los recursos del cine de terror y los FX, siendo estos los justos y de buena calidad, haciendo que la historia se enriquezca con los FX y no que esta parezca como la guarnición de la película.
A esto, y a tener momentos de calma en la tormenta ayuda un tono de comedia ligera que no llega a empañar ni desviar el tono de la película en exceso, poniendo el contrapunto justo y adecuado a los sustos que se lleva el pobre Roger Cobb (gracias a un secundario de lujo, George Wendt, el Norm de Cheers), que en lugar de echar a correr como pollo sin cabeza, se enfrenta a ellos con cierta socarronería no exenta de humildad que, poco a poco y a medida que va descubriendo más cosas sobre la casa (con un McGuffin excelentemente jugado) se irá trocando en valentía y finalmente en enfado y decisión justo (a tiempo) para el enfrentamiento final, demostrando de una manera para nada de casquería, lo que se agradece para no desmontar el tono de la película, hartamente visual y de didáctica cinematográfica, como en realidad, tan sólo hay que tener miedo, al propio miedo.