Que se estrene una película, por la posibilidad que conlleva el que nos cuente una historia que nos entretenga y anime, sobre todo en estos días inciertos, siempre es una buena noticia.
Si la película es española, significa además que es probable que trate sobre temas, lugares y actitudes comunes con el espectador, pudiendo sintonizar mejor con el y permitiendo que exista esa magia que los especialistas tildan de suspensión deliberada de la incredulidad, o lo que es lo mismo, del arte imitando a la vida que imita al arte.
Y si además, no trata de la (parece) eterna Guerra Civil, mejor que mejor, demostrando que hay vida en el cine español más allá del “¡No pasarán!” y del “Cara al sol”.
El caso de 18 comidas puede tratarse como si fuera el de una rara avis, no por tratarse de una película de reparto coral en el que las historias de los diferentes coprotagonistas se entrecruzan entre si (sin nada que objetar el que tenga las mismas referencias creadoras que el Short cuts de Altman) si no porque ha sido prácticamente interpretada en lo que en música sería acapella; es decir, improvisando los actores a partir de unas líneas argumentales maestras, líneas que el mismo director no dudó en desdibujar siempre de acorde con el mayor enriquecimiento de la historia, el mismo director que ahora se debe de enfrentar a la tarea titánica de transformar, nada más y nada menos que las 90 horas rodadas en apenas 9 días en una película adaptable a las salas de cine, aunque el mismo opina que podría dar lugar a 8 ó 9.
El cuidado con el que se ha elaborado este proyecto es tal, que los propios actores eran los que cocinaban los platos que sus personajes debían de hacer, añadiendo de esta manera una nueva dimensión al personaje de Jeff Daniels en La rosa púrpura del Cairo, rompiendo así tímidamente las barreras entre realidad y ficción con el fin (deseable) de hacer más humanos a sus personajes o bien de mostrar sus dotes culinarias al resto del reparo. Habrá que verlo.
El tipo de rodaje, cierto es que podría recordar a los postulados del movimiento DOGMA, pero sólo guarda semejanzas formales en ese zarpazo a la realidad que hace que los actores se debatan, por mor de la improvisación entre lo que harían ellos, como personas, y entre lo que harían sus personajes, dudando entre ambas opciones y haciendo de nuevo, más valido que nunca eso de que el arte imita a la vida que imita al arte.
¿Podría ser esta una posible toma de conciencia del cine español sobre que existen otras vías creativas apenas exploradas y vírgenes? Es difícil de decirlo, sobre todo por que yo no creo que sea el más adecuado para hacerlo.
Eso, debe de decirlo el público, no nos engañemos.
La respuesta, en cualquier caso, la dará dentro de poco.