Si, si, ya sé ¿cómo puede una película española inscribirse dentro del género fantástico si no está protagonizada por el gran Paul Naschy? Es más. . . ¿Cómo puede una película española tener la calidad suficiente como para compartir espacio en mi corazoncito con clásicos como los que ya he revisado?
La respuesta es a la vez, sencilla y complicada, abrumadora y alentadora: por que es buena.
Y eso que he de reconocer que yo fui el primer sorprendido en quedarme enganchado con una película española, antes de conocer las películas de la primera época de Garci (si, si, he dicho Garci) o las de Paul Naschy (incomparables entre si pues juegan en distintas ligas). El secreto es bien sencillo: contar una buena historia. Sin embargo, en muchos casos este deseo se ve superado por la falta de acierto del realizador, aunque en este caso, pocas (o no, quién sabe) peleas podría tener José Luís Cuerda con el guionista, que a la sazón, era el mismo.
Esto ayuda a que todo lo que tenía en la cabeza al escribir el guión, se vea plasmado de la manera más fidedigna posible en el celuloide, dando lugar a un cuento donde nada es lo que parece. La gran virtud de Cuerda es presentarnos a una pandilla de locos adorables, como la mujer que tiene un hijo negro fruto de una relación esporádica, el maestro del pueblo que enseña a los niños haciendo que se disfracen bien con trajes regionales o bien de personajes bíblicos y que en lugar de creer en eso de que “Le letra con sangre, entra”, cree en “La letra, con música entra”, haciendo que los niños memoricen a base de canciones los ríos de Europa, el Sacristán que levita, los refugiados (argentinos, por supuesto), que según los días, pasean en bicicleta, huelen a tocino de cielo, mantienen sesudas conversaciones literarias con la gente del pueblo e incluso se atreven a plagiar a Nabokov o idolatran a Faulkner, el suicida, el personaje que no tiene personaje, el que se desdobla en una personalidad sobria y una borracha, los hombres que nacen en los bancales, los coros del ejercito ruso (exiliados), los universitarios americanos capitaneados por Gabino Diego, el ingeniero de la universidad de Oklahoma (y al que la Luna le da ataques de risa en lugar de licantropismo) que pasa un año sabático con su padre, que ha matado a su madre pero que el Guardia civil no quiere encarcelarlo por que “si en Madrid lo saben, el no va a ser más papista que el Papa”, padre que no quiere dormir en la cama con su hijo, por que no sabe si le respetará, ya que “un hombre en la cama siempre es un hombre”, la hija que es mayor que la madre, los Cuardias Civiles que dan clases de sexualidad. . .
La verdad es que la lista es mayor, y mayor aún el tratar de averiguar por que son así, aunque en realidad eso es lo de menos. Lo que si que importa es que Cuerda consigue hacer creíbles y entrañables a unos personajes que fuera del pueblo donde se desarrolla la película acabarían, como mínimo en un manicomio, en la cárcel o como atracción de feria, pero que es su pueblo, se mantienen en su salsa, sacando lo mejor de si mismos y de las situaciones, que serían absurdas si no estuvieran constreñidas por unos personajes creíbles y a pie de calle, que hace que surja una atmósfera de confortabilidad haciendo que uno quiera pasar las próximas vacaciones rodeado de personajes como los que salen en la película, por que sabe que la vida tiene que tener una puntita de locura para poder ser sobrellevada como tal, y que muchas veces las reglas autoimpuestas socialmente carecen de más lógica que el comportamiento de alguno de los habitantes del pueblo.
En cualquier caso, la película afortunadamente no ralla el ridículo como podría haber ocurrido de haber querido Cuerda el tratar de que los personajes representarán cada uno una parte de la sociedad y forzando sus actuaciones y situaciones para conseguir metáforas innecesarias. Eso es imposible por que los habitantes del pueblecito viven según sus propias normas, que por lo que se ve les gusta a casi todos ellos, y si no, siempre tienen la opción de cambiarlas en las elecciones, en las que TODOS los cargos son elegidos, desde el alcalde hasta la puta del pueblo, de manera que si a uno no le gusta su destino, puede cambiarlo democráticamente, actuando de esta manera la Democracia a modo de “Deus ex machina”, lo cual da lugar a pensar que en realidad el destino de una persona no ya tan sólo depende de ella misma, si no en último caso de los demás, que la eligen o no para un cargo determinado.
Pero a pesar de la locura (?) imperante en el pueblo, en según que casos son más sensatos que el resto del mundo exterior, ya que al sufrir el pueblo en sus propias carnes la invasión del pueblo de al lado (tal y como lo oyen, con una impagable escena del profesor que obligado, hace un examen a los alumnos sobre la importancia de las ingles en diferentes aspectos), el pueblo en pleno decide acabar con la invasión de manera pacífica, votando que los invasores han de irse. Y lo mejor de todo, es que los invasores, se van. De esta manera Cuerda usa los desternillantes personajes del pueblo para hacernos dar cuenta de que quizá los locos seamos los demás, que vivimos con unas normas y unas reglas aceptadas socialmente pero en muchos casos repudiadas individualmente y que nos hacen en según que casos infelices, mientras que en ese pequeño pueblecito, al margen de las consideraciones sociales (al estilo de cierto pueblo galo que yo me sé), viven felices, solventando graves problemas a base de hablar las cosas (como la reunión de las mujeres del pueblo) o mediante el voto (como la citada invasión).
Que el pueblecito vive una realidad paralela es más que obvio. . .sobre todo cuando el sol sale por el lado opuesto al que tiene que salir (de ahí el título), aunque. . . .¿cuantas veces hemos tenido la sensación de que el mundo no acababa de funcionar como debiera?
Son problemas que, en mayor o menor medida son y siempre han sido universales. Por algo la película tiene más de 20 años y sigue tan fresca.
Yo creo que deberíamos aprender de ellos ¿no? Y si tenéis dudas, votad, a ver que sale.