Que el cine de catástrofes siempre es capaz de atraer espectadores a las salas de cine, es una canción sabida por Hollywood desde la saga de Aeropuerto, si bien con el paso de los años, ya no bastaba con poner a un grupo de estrellones en peligro de muerte bajo las más diversas circunstancias, por que llegaba un momento en que tanta mala suerte ya producía el efecto contrario a la tragedia (como bien supieron explotar ZAZ en la saga de Aterriza como puedas).
Y como el clásico, renovarse o morir. El género se renovó, si, lo que unido a que los gustos son cíclicos permitió en los 90 el repunte del género con Indepence Day, Volcano, Un pueblo llamado Dante´s Peak. . . (Para más información, recomiendo el estupendo libro de Jordi Batlle Caminal, Catastrorama), aumentando el riesgo de las piruetas argumentales con cada vez una apuesta mayor, hasta llegar hasta El Día de Mañana, Armaggedon. . . elijan su preferida, seguro que muere bastante gente de manera creativa.
Pero ah, eso era el siglo pasado, ahora, de nuevo, conviene renovarse focalizando esta vez los miedos hacia los más indefensos, los niños, como ya ocurría en The Host, pero esta vez sin moralina ecológica incluida.
Pero la verdad es que la película, parecen en realidad dos, aunque a juzgar por el final(es) de la misma, en realidad podían ser más. Esto no significa, por desgracia, que ocurra lo mismo que en El Caballero Oscuro, en que más de una vez me daba pena por que parecía que la película se acababa. No, y es una pena, repito, por que en el arranque, Alex Proyas muestra magistralmente como con unos pocos planos bien elegidos y un guión cuidado, se pueden plantar sin fisuras las bases de una historia.
El problema, es que cuando la película (principal) empieza a coger ritmo, que de haberse llevado bien hubiera podido ser una muy buena lección acerca del determinismo versus el azar y dejarse de vericuetos (lo que muy pocas veces vuelve a suceder a lo largo de la película), se cambia radicalmente de tercio y se pasa a un melodrama bastante simplón, que en lugar de ser un respiro para tanta acción y sustos, chirría, traquetea y molesta, pareciendo insertos dirigidos a hacer una película familiar, pero que lo que realmente consiguen es estropear la trama principal las veces que por desgracia, irrumpen en pantalla.
Las veces que esto no ocurre (y las que le dejan) Proyas sabe proyectar muy bien su peculiar universo en la película, con unos personajes “antagónicos” que recuerdan muy mucho (afortunadamente) a sus sintonizadores de “Dark City”, incluido ese aire noir que impregnaba la película.
Sin embargo, en esta parte de la película también se nota que la sombra de Shyamalan es demasiado alargada, con secuencias, y sobre todo situaciones y lugares, que recuerdan muy fuertemente su cine, y no sólo por que beban de la misma o parecidas excusas argumentales, si no por que son sabores ya paladeados que resultan demasiado familiares como para resultar coherentemente nuevos.
Precisamente, a sabiendas de esto, han tratado de conseguir un final lo más original posible, lo que en otras palabras se traduce en un final(es) que satisfagan y condensen todas las líneas argumentales en una sola (y no es fácil hacerlo bien), lo que a fe, han conseguido (aunque el precio a pagar por ello sea demoledoramente efectivo), pero mezclados de tal manera que más que alimentar la curiosidad, la empachan a base de situaciones fuera de lugar que intentan justificar los diferentes giros argumentales perpetrados a lo largo de la película, y ya de paso, agradar a todos los públicos (incluidos los seguidores de Iker Jiménez y de Rouco Varela), pero dejando con un palmo de narices a los más exigentes.
Como curiosidad, en el pase de prensa dieron este misterioso objeto que, en otra ocasión, reseñaremos: