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 La Bestia de tiempos remotos (Beast from 20.000 fathoms)

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Ricci
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Ricci

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MensajeTema: La Bestia de tiempos remotos (Beast from 20.000 fathoms)   La Bestia de tiempos remotos (Beast from 20.000 fathoms) Icon_minitimeJue Ene 29, 2009 3:56 pm

Título: Beast from 20.000 fathoms

Director: Eugéne Lourié

Guión: Ray Bradbury y Fred Freiberger

Producción: USA

Actores: Paul Hubschmid, Paula Raymond, Cecil Kellaway, Kenneth Tobey, Donald Woods, Lee Van Cleef, Steve Brodie, Ross Elliot, Jack Pennick, Ray Hyke, Michael Fox, Alvin Greenman, Frank Ferguson, King Donovan, Vera Miles, Paul Picerni.

Año: 1953

Duración: 80 minutos


Que nadie se llame a engaño. En esta película todo es lo que parece, y no nos vamos a encontrar con una película que la crítica adore y que al público le convenza. Bueno, más bien que no toda la crítica adore y que no a todo el mundo convenza, por que para gustos hay colores y si no es así, no sé que demonios hago escribiendo esto. Y mucho menos que hacéis vosotros leyendo esto, si es que hay alguien al otro lado, que diría Lewis Carroll.

El caso es que, viendo así, a bote pronto los creativos involucrados en la película, uno no puede dejar de pasar por alto el nombre de Ray Bradbury. El decir algo de el a estas alturas resulta repetitivo e innecesario, ya que su fama es conocida, o debería de serlo, por todo aquel al que le guste la literatura que no se suele ver mucho por la RAE. Por si esto fuera poco, además, dando vida al monstruo, que en este caso da una patada todavía más potente a los libros de ciencia, al crear un Rhedosaurio, una extraña (e imposible, creedme) mezcla de Tiranosaurio y Brontosaurio, esta el genial Ray Harryhausen cuya creación es, en definitiva, una mala bestia que se despierta con hambre, después de haber estado hibernando (vale, hibernar, hibernar no es que hiberne al estilo de los osos, pero si te cae encima una pila de nieve, no te queda otra), siendo despertado por el fenómeno más recurrente de la SF americana de mediados del siglo (pasado): la radiación.

Y es que unos experimentos llevados a cabo por el ejercito con el originalísimo nombre de Operación Experimento (ya por algo decía el gran Groucho Marx que los términos Inteligencia Militar eran contradictorios) cerca del Polo Norte, despierta a nuestro bicho de turno que se dedica, mientras va de camino, como no a la costa americana (mira que el mundo es grande, pues no, siempre van a parar al mismo sitio, como si el resto del mundo no tuviera importancia, que curioso) merendándose a cuantas barcas encuentra en su camino, marineros, faros. . . vamos, lo que se dice un tentempié de medianoche. A todo esto, sólo el cerebrito encargado de los zambombazos nucleares, está algo mosca por lo que pueda dar de si la radiación, y como recompensa, el es el único que ve al monstruo y trata de poner en aviso a las autoridades. Pero al estilo de “Pedro y el lobo”, nadie le cree (bueno, nadie le quiere creer) hasta que nuestro amiguito escamoso se planta en medio de la gran ciudad, dispuesto a seguir con su dieta.

Todo esto suena a manido ¿verdad? por que lo es. Es el mismo esquema que se da en “La Humanidad en peligro”, “Mantis”, “Tarántula”, transformando el “Deus Ex Machina” griego en un saco de megatones. Pero el efecto es el mismo. Al igual que los dioses griegos eran, según les diera, caprichosos, bondadosos o justos, es decir, que en realidad nadie sabía de que pie se iban a levantar, con la radiación pasa lo mismo, en realidad nadie sabe que es lo que puede hacer. Y eso que en la actualidad se sabe algo más sobre ella, pero tampoco mucho, o si no pregunten a los habitantes de cierta aldea ucraniana, así que imaginaos lo que se sabía en esa época, lo cual desde luego venía muy bien para agigantar bichos (tal cual), despertarlos, mutarlos, cabrearlos. . .elegid vosotros.

Pero claro, una vez metida la pata, siempre se trata de evitar que cuenda el pánico, algo absurdo que curiosamente, no siempre se da, como en el caso de “La humanidad en peligro”, en donde la autoridades avisan a la población, y esta, en lugar de correr al grito de “devorado el ultimo”, se limitan a seguir las ordenes de las autoridades y a confiar en ellas. Ejem. . . como cambian los tiempos.

El caso es que, siguiendo con la película que nos ocupa, la verdad es que el argumento es similar a otras hermanas de género, es decir, el que el hombre rompa las reglas de la Naturaleza en beneficio propio (aunque en realidad no es para todos, si no sólo para unos cuantos), la generación de un mal por esa ruptura de reglas, mal que amenaza con destruir a toda o a parte de la humanidad, pero por aquello del karma cósmico, al no estar toda la humanidad de acuerdo con la ruptura de las reglas naturales, el mal acaba siendo derrotado, con frecuencia por aquellos que lo crearon o más irónicamente, como en este caso, por la misma razón que le dio vida (lo que es normal cuando el encargado de hacerlo es ni más ni menos que “El malo”), y muriendo por la mano del Hombre, quizá el depredador más brutal de todos cuanto han ollado la Tierra (de hecho, nos estamos comiendo un planeta entero).

Pero si esta película es igual que las demás que campaban en esa época por los cines de sesión doble. . . ¿Qué es lo que la hace especial, aparte del guión de Bradbury?, pues algo muy sencillo y que de haberlo sabido entonces, seguro que los productores lo hubieran explotado más, a la sazón, los FX. Si hoy en día, se nos venden películas de más que dudosa calidad en función de que tienen más planos de efectos digitales que las películas de la competencia (obviando por desgracia, la mayoría de las veces la calidad intrínseca de película, guión, dirección y actores), en 1953 no era así y el trabajo de los creadores de FX era artesanal, importante para la película, desde luego, pero no eran la película en sí, si no una parte más de la película. Y eso no quitaba para que algunos fueran de calidad incontestable, como desde luego se da en este caso.

En conjunto, se trata de una película que, aunque a priori pueda parecer igual que otras, tiene de especial a la bestia que se nombra en el título, pues al alimón Bradbury y Harryhausen consiguen imprimirle una personalidad que hace que la mayor parte de las veces, cuando está en pantalla, su presencia sea tan hipnótica que uno se olvide de todo lo demás que está pasando. Algunos deberían de aprender de ellos cuando hacen películas no de monstruos, si no “Monstruosas” y dejarse de pasear por los campos de tréboles, mareando al personal durante el paseo, por más que la sensación de mareo sea en algunos momentos y en el mejor de los casos, lejanamente agradable.



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