Aire.
No puedo respirar.
Los pulmones arden y la sangre bombea desesperada pidiendo alimento, un oxígeno que no llega porque algo impide que mis pulmones se muevan, o si lo hacen no toman aire.
Tumbado en el suelo, sin control sobre mis intestinos, giro sobre mi mismo y trato de levantarme, pero mis piernas no están y mis brazos cuelgan sin vida y cubiertos de sangre roja y espesa. A pesar de todo el dolor siento el líquido caliente resbalar por mi piel, el corazón pide alimento y el líquido que me da vida se escapa sin remedio de mi.
Trato de incorporarme, uso mi cuerpo como una bisagra absurda mientras me queden fuerzas para hacer algo y veo que mis brazos cuelgan inertes apenas sujetos por un hilo de piel, hay tanta sangre que es imposible que siga con vida y sin embargo, me resisto y sujeto con tanta fuerza a un estado inútil de vida, que pierdo unos segundos con la mirada al techo con la boca abierta, viendo mi reflejo anonadado asomando entre los pliegues de la lámpara, casi transparente y actitud de espectador pasivo ante mi propio fin.
¿Tantas veces se ha hablado de flotar sobre tu cuerpo cuando estás muerto y nadie se ha pensado que no es esa la realidad? Mi alma no vuela por la habitación, lucha por salvar un cuerpo que no tiene apenas salvación, un muñeco roto manejado cual marioneta por algo con un oscuro sentido del humor.
‘¿Quién eres?’ Le digo a mi espectador con la mirada y él se limita a sonreír. Su rostro es el mío, su cuerpo es el que debería ser, pero sus ojos son los de una criatura oscura y enfermiza que promete usurpar mi vida, expulsar mi alma del cuerpo utilizando el engaño de la muerte y ocupar mi lugar. Su mirada es una promesa de violencia, de odio y de muerte, en ellos veo que no solo pretende echarme, también pretende acabar con todo lo que he creado, amado, o conseguido en mi vida.
Cierro los ojos, devuelvo el control a mi cabeza y lucho contra la visión que ese alma perdida ejerce contra mi. Ya no siento la sangre corriendo y noto un pequeño control sobre mi cuerpo, lloro de alegría y abro los ojos de nuevo, esa cosa, esa sombra que vuela sobre mi ya no sonríe, su rostro es un grito alargado del que sobresale la lengua, tan negra como su alma, y sus manos agitan afiladas uñas tratando de aferrarse a mi.
Furioso, presiono con todas mis fuerzas contra su esencia, la luz que fluye de mi interior es de tal intensidad que ilumino la habitación y le golpeo en pleno pecho, le expulso de mi vida.
La luz desaparece y caigo rendido al suelo. Todo está en su lugar, salvo marcas de arañazos en el techo. Respiro como si llevase siglos sin hacerlo y pienso que si han llegado a mi, volverán…