¿Cómo es posible que sabiendo como sé que voy a morir, el principal sentimiento que tengo sea el de vergüenza?
Mis pechos se balancean con el movimiento, todos me miran y ríen al ver mi cara, sin duda descompuesta por el terror, porque van a sacrificarme, me abrirán el pecho y sacarán mi corazón palpitante, me asfixiaré por falta de oxígeno en el cerebro y sentiré como la sangre caliente, mi sangre, corre por mi cuerpo hasta que se vacíe la parte superior y solo puedo pensar en las miradas obscenas de los demás ¿No es raro? Será que a estas alturas ya no me queda cordura, o que quizás me aferro al único sentimiento realmente humano que me queda, porque la supervivencia no lo es y aparte… no tengo salida.
Los cánticos suben de tono, los espectadores hacen movimientos raros a mi alrededor, se desprenden de sus túnicas mientras bailan desnudos y empiezan a frotarse unos con otros, a practicar el sexo en parejas, tríos, grupos. Apenas puedo entender nada de esto, todo son gemidos, gritos, risas… Y yo solo tengo ganas de gritar, pero la voz no me sale, se niega a avergonzarme aún mas con una nueva muestra de mi cobardía, como cuando me dejé coger por mis compañeros, esos mismos compañeros que ahora hacen su ofrenda carnal ante mi.
Ante mi, arrodillado sobre los cristales de seis botellas rotas que contenían sal, está el maestro, el que fuera mi amante y disfrutase de mi cuerpo, solo me había mostrado desnuda ante él… él me eligió como la portadora.
Le odio, le odio tanto que le arrancaría su hermosa cara con mis manos, si las tuviera sueltas.
Sus rodillas deben sangrar, la sal está tomando un color rojizo. Se incorpora y coge la masa sanguinolenta del suelo, se aproxima a mi y dibuja dos triángulos, uno en cada uno de mis pechos y un círculo en mi sexo. Luego traza una extraña figura entre los dos senos, justo donde clavará el cuchillo ritual, justo donde me robará la vida arrancándome ese corazón que hace meses le di gustosa.
Se aproxima a mi, siento su cuerpo cálido pegarse al mío, tocarme con avidez, como siempre hacía cuando nos acostábamos. A pesar de mi repulsión inicial me entrego a él, incluso enfureciéndome conmigo misma por dejarme llevar por el momento. Me besa una y otra vez e introduce su lengua en mi boca y la recibo con la mía.
Entonces reacciono y muerdo, arranco su órgano sin inmutarme y mi boca se llena con su sangre. Se aparta de mi y… ¡sonríe! La sangre cae a borbotones por sus labios curvados y los dientes apenas contienen el reguero, me sujeta la mandíbula para evitar que escupa su carne y me tapa la nariz, me obliga a tragármela .
Me escupe a la cara, su sangre me abrasa como si fuera ácido. Toma el cuchillo y lo pone entre mis labios para, con un giro, ampliarme la sonrisa. Mi mandíbula cae suelta, sin sujeción, mi lengua se mueve como un muñeco roto mientras intento gritar, pero nada parece tener sentido, los gemidos suenan tan alto que ni siquiera me escucho gritar.
Se agacha y coge otro puñado de sal mezclada con su sangre y la frota contra mis heridas, vuelve a escupirme sangre y clava sin piedad el cuchillo en mi pecho, siento el impacto y luego escucho mis costillas romperse cuando hace palanca para acceder al corazón… sin embargo no me duele, no duele nada.
Bajo la vista y veo en sus manos algo marrón oscuro que se mueve, no lo relaciono con mi corazón hasta pasado un rato. Bajo la mirada y veo el agujero exactamente con la forma del círculo que había dibujado, pero no hay sangre, hay una especie de luz negra que asoma como si de tentáculos se tratase.
Me siento fuerte, exultante, llena de vida. miles de voces acarician mi mente y me dicen que soy poderosa, superior, tiro de mis ataduras y las reviento como si se tratase de hilos de algodón.
Mi amado sonríe y asiente con la cabeza, agarro su mandíbula y le atraigo a mi, trato de besarle pero no tengo con qué, así que aprieto su cara y veo como revienta como un melón, sus ojos cuelgan entre mis dedos y solo puedo reír, es absurdo, pero así me parece mucho más encantador.
El resto de seres que hay en la sala hace mucho que han parado de aparearse, yacen inclinados a mis pies en señal de servilismo. Me parecen tan frágiles, podría aplastarles a todos y algunas voces en mi cabeza me incitan a hacerlo, a vengarme de lo que me hicieron… pero ya estoy muy por encima de ellos, la venganza es un sentimiento humano y otras voces me dicen que ya no lo soy, que debo dejar atrás esas cosas.
Soy el nuevo Mesías, venido al mundo para abrirlo como un melocotón maduro.