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 Análisis de Traffic, de Steven Soderbergh

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Ricci

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Análisis de Traffic, de Steven Soderbergh Empty
MensajeTema: Análisis de Traffic, de Steven Soderbergh   Análisis de Traffic, de Steven Soderbergh Icon_minitimeMiér Sep 23, 2009 6:53 pm

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Sipnosis

El mundo de las drogas visto desde el punto de vista del policía de la calle en México, de la familia de un narcotraficante, comandada por su esposa embarazada y del principal responsable antidroga americano, que a su vez tiene que enfrentarse con el problema, como suele decirse, en casa, aunque esta afirmación es más verdad de lo que a el le gustaría, rodeados a su vez de gente de intereses y plumaje variados, desde los que quieren utilizar la excusa de la droga para medrar en sus carreras profesionales, o bien simplemente por que creen que pueden llevar la ley, a este extraño y confuso mundo.

Título: Traffic
Director: Steven Soderbergh
Guión: Stephen Gaghan
Producción: Edward Zwick, Marshall Herksovitz, Laura Brickford
Producción ejecutiva:
Richard Solomon, Mike Newell, Cameron Jones, Graham King, Andreas Klein
Fotografía: Peter Andrews
Vestuario: Louise Frogley
Música: Cliff Martinez
Montaje: Stephen Mirrione
Director artístico: Keith P. Cunningham
Actores:
Michael Douglas, Catherine Z. Jones, Benicio del Toro, Don Cheadle, Dennis Quaid, Erika Christensen, Topher Grace, Amy Irving, Jacob Vargas, Steven Bauer, Albert Finney, Tomas Milian, Salma Hayek
Año: 2000
Duración: 140 minutos.


Dicen los entendidos en esto del cine, que existen unos pocos visionarios capaz de predecir cuales van a ser las corrientes culturales y sociales venideras, adelantarse a ellas y hacer películas que las traten.
Este no es el caso de Soderbergh, si bien su aportación a un tema tan trillado no es la de volver a contar otra vez la misma historia de caída, auge o recuperación, posterior caída. . . . bueno, mezclad los elementos anteriores a vuestro gusto y seguro que os recuerda a alguna otra película, como las sagas de “El pico” de Juan Antonio de la Loma.
Con todo y con eso, resulta evidente que la película debería de transitar por terrenos conocidos de antemano, y por tanto, aburridos y repetitivos, consiguiendo un producto que usaría el tirón de sus estrellas para atraer al público a las salas, aparte que dárselas de culturetas por ir a ver una película de ese calibre y comentarla con los amigos, con la coletilla final (siempre ocurre) de “deberíais de ir a verla”
Sin embargo, y antes de que ocurriera la actual escasez de ideas en Hollywood, algunos creadores (ojo, que no creativos), se dieron cuenta de que se podría contar las mismas historias pero cambiando el punto de vista desde donde se mira la historia y contar exactamente la misma historia (si una cosa funciona, para que cambiarla) pero que, al estar rodada desde otra perspectiva, parece nueva siendo vieja, amigable, confortable. Vamos, es como cuando vuelves a casa de tus padres cuando ya te has independizado de ellos. La conoces de arriba abajo, pero aún así siempre la ves de una manera diferente por aquello del distanciamiento.
Y eso es precisamente lo que intuyo Soderbergh que debería de hacerse. En lugar de atacar directamente el tema, prefirió un acercamiento altmaniano contando la que, en el fondo se trata de la misma historia, a través de dos niveles diferentes, por que a pesar de que son tres historias no interconectadas entre si excepto por el tema que en fondo pero con diferente forman tratan, hay dos que se sitúan en el mismo nivel socioeconómico y otra que trata más de los problemas a pie de calle.
En realidad puede parecer que esto hace que la película se queda coja con respecto al tratamiento social del problema de la droga, pero en realidad donde más premisas dramáticas se pueden hallar para explotar (artísticamente, ojo) es en las similitudes y diferencias entre perseguidos y perseguidores. Teniendo en cuenta que los traficantes de drogas o bien viven en suburbios o bien en casas que parecen haber sido decoradas por Agatha Ruiz de la Prada, es lógico que la película se centrase en esos ambientes como en el principio y el final del mercado de la droga, dejando el trapicheo y los dramas diarios causada por la misma a la imaginación del espectador.

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Sin embargo, es difícil, a estas alturas de la vida artística del cine, de encontrar guiones con personajes puros y mucho menos, de encontrar actores dispuestos a interpretarlos. Esto no es algo que se escape a los límites formales de Traffic, ni mucho menos a la idea que las películas han ido filtrando como cristal a través del cual se observa la realidad y que han dejado como poso el que en realidad, los principales capos de la droga son unos hombres de familia casi al estilo del Nacho de la muy olvidable “Médico de familia”.
Así pues, el principal merito de la película es el hacernos darnos cuenta de, no como es la realidad, eso sería algo tremendamente exagerado y desde luego, fuera de lugar en una película que, aún aceptando ciertos tintes de documentalismo crudo en algunos tramos de la misma, no trata de ser un documento riguroso acerca de la verdadera realidad del tráfico de estupefacientes al norte y al sur de la frontera.
El merito radica en hacernos darnos cuenta que, independientemente de la droga, las personas puede llegar a conseguir lo que se propongan, como en el caso del personaje interpretado por Benicio del Toro, y que, trabajos aparte, aún incluso los que se suponen “malos”, son capaces de actos de amor y sacrificio que se suponen comunes a todo aquel que sienta algún tipo de cariño hacia alguna persona, pero que se suelen dar más en personas que no tienen nada que ocultar, que en otras que tiene que dar una imagen pública de acorde a su puesto o al que quieren optar. Es decir, se da la curiosidad, por llamarlo de alguna manera, de que las personas que supuestamente están ahí para salvaguardar el, por llamarlo estilo de vida y para que el mundo sigua girando, se despreocupan más del que pueden reclamar como propio, mientras que los que no van de salvadores, se dedican a cuidarlo.

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En realidad, independientemente de lado que la línea que estén estos últimos, siempre suelen resultarnos hasta cierto punto, atractivos y simpáticos, precisamente por que tienen unos cimientos morales que, a pesar de que en algunos casos los dejen aparcados, para bien o para mal, se parecen más a lo que por natura se supone un comportamiento normal, que a la antinaturalidad de aparentar lo que no se es para conseguir objetivos egoístas, aunque eso si, siempre disfrazados de bien para todos.
En principio, la película parece pivotar sobre todo entre las familias de los personajes de Catherine Z. Jones y de Michael Douglas que, curiosamente, persiguen objetivos internos similares, a pesar de que sus objetivos exteriores sean total y completamente opuestos, aunque si bien es verdad que parece que al final las aguas vuelven a su cauce, no sin antes pasar todos los protagonistas por un viaje iniciático que los harán hacer cosas que no querían pero siempre por el bien de su microcosmos, descubriendo en el proceso que eso que decía Homero de “si vas hacía Ítaca, procura que tu viaje sea largo” no es verdad en función de los compañeros de viaje que te hayan tocado en suerte.

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Entendámonos. Traffic es una buena película. Bien rodada, muy bien iluminada, fácil de seguir y de recordad, salvo que para mi gusto se centra un poco demasiado en los personajes y deja de lado la historia central, no la del tráfico de drogas, si no de la droga en si y el problema que eso conlleva en, casi por desgracia cualquier sociedad medianamente civilizada. Pasa de puntillas por el problema y lo usa de excusa para hablar de, eso si, unos personajes bien formados y mejor interpretados, muy tridimensionales (excepto quizá el de Michael Douglas, menos hacia el final de la cinta), con unas decisiones correctas pero en todo caso ciertamente ambiguas y que pueden producir un ligero debate pero que no pasará de ahí. Al hacer Soderbergh una película para una major, seguramente habrá tenido que morderse la lengua para no hablar de la droga seriamente. Y ahí radica el problema de la cinta.

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Cierto es que, siguiendo la naturaleza documental que parece impregnar algunos tramos de la cinta, es muy interesante vislumbra entre bambalinas como se organizan tanto el gobierno como la policía como los traficantes, y ver que es lo que en realidad marca la política de unos, el trabajo de otros y los objetivos de los últimos. No soy quién aquí para hablar sobre algo tan delicado como lo es la política, pero creo que debería de anteponerse el bien de la mayoría antes que el de una minoría (y si, sé que si sigo pensando así, la próxima ficha la escribiré desde Arkham. Pero es lo que hay. . .)
Otro punto a favor de la cinta, es el re-descubrimiento de Dennis Quaid como actor de carácter, que desde que se nos emparejó con la zangolotina de Meg Ryan, ha hecho pocas cosas y malas (olvidémonos, por favor, de aquella cosa que rodó junto a Katheleen Turner), y yo de el, le pagaría unas birras a Russell Crowe. . . pero eso ya es demasiado rosa para mi.
Aunque se le nota una cierta tendencia formal a hablar de esa realidad a través precisamente, de los diferentes puntos de vista de los protagonistas (sobre todo los masculinos, aunque el personaje de Z. Jones no les va a la zaga cuando tiene que tirara por al calle de enmedio), no parece aglutinar todo esos discursos en uno solo; en parte por que como dice el refrán castellano “cada uno cuenta la feria según le va”, y segundo, por que en realidad el problema tiene tantas facetas que dar sólo una o unas cuantas sería poco honesto. Básicamente, el problema de Soderbergh es el mismo de un cirujano que tiene que operar con un vulgar cuchillo de plástico, o lo que es lo mismo, y como decía mi abuela “de donde no ahí, no se puede sacar”.

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Como dice Topher Grace en una entrevista, a pesar de que la película muestra todo el mecanismo de producción, manufacturado y distribución de la droga, al estilo de esos viejos documentales americanos de los años 70 (pero sin Troy Mcclure), el verdadero problema son los consumidores, en este caso, chicos bien que lo hacen, no por que lo necesiten, si no seguramente por la sencilla razón de que pueden.
Si, Traffic es una bonita postal bien dibujada, pero el fondo es demasiado difuminado como para que los personajes centrales estén correctamente definidos y lo que es peor, sus límites formales se desdibujan al necesitar de ese fondo para definirse. No es que los personajes están mal actuados, si no que en realidad muchas veces no se comprende el por que de sus decisiones, al estar definidas por un fondo desdibujado, difuminado y engañabobos. No, no es que me esté inventando nada, el propio Soderbergh lo dice cuando afirma que “no quería causar dolores de cabeza a la gente”. Para ser sinceros, el se refiere a los cambios de iluminación en función de donde se desarrolle la acción del momento en la cinta, pero creo que el subconsciente le traiciona. Y a mi, eso en está época de cuasipensamiento único, me parece ciertamente peligroso. . .
Si a eso unimos la intención del guionista, Stephen Gaghan de que sintieran lo mismo que sintió el cuando se encontró de primera mano con el problema de la droga, y “no querer manipular a la gente con una polémica determinada”, la cosa empieza a estar demasiado clara y sin sustancia para mi gusto. . .
Soderbergh pierde la gran oportunidad de dar un golpe de efecto en el momento adecuado, cuando ya tiene al público exactamente donde lo quería tener, cuando ya ha mordido el anzuelo, en lugar de tirar del sedal y dejar que la verdadera realidad del problema nos mate un poco, se dedica a sacarnos del agua, quitarnos el anzuelo y devolvernos al seno de nuestro caparazón, donde sabemos que lo que acabamos de ver es una ficción y que en realidad, las cosas no son así. De hecho no lo son, son peores, pero mientras haya cineastas como Soderbergh siempre se podrá engañar al público y hacer un cine que cumpla única y exclusivamente una función de entretenimiento. Ya, ya sé que el cine es un arte, pero por desgracia estas películas se olvidan de que como tal, tiene el deber de sacudir los cimientos de la realidad para hacernos caer al suelo y ver las cosas desde la perspectiva adecuada.
Una pena.
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