“¡Bienvenidos al mundo del espectáculo!. Las luces, los colores y la música alegrarán su vida cotidiana y rutinaria, ha llegado el circo y los niños disfrutarán mucho al ver los animales salvajes, reirán con los payasos y se quedarán sin habla ante el vuelo de los trapecistas. Bienvenidos, pasen, pasen, no se queden fuera y conozcan un nuevo mundo, olviden sus problemas y pesares por un momento, ha llegado el circo a la ciudad, la magia, el buen humor y el espectáculo.”
El grupo de actores nómadas había llegado al pueblo y presentaba su mayor atracción: la familia de trapecistas volaban en lo más alto desafiando la gravedad de tal manera que los gritos se sucedían uno tras otro rompiendo el silencio que la tensión generaba en el público. Venían de dos familias de artistas circenses y se amaron desde el primer momento en que se vieron, trabajaron juntos, formaron equipo y finalmente pudieron crear su propio circo. Cuando nació su hija la familia se afianzó aún mas, y el circo creció pues ahora tenían alguien que cuidar y ver crecer.
El mundo del circo es complicado. Cuando vives en un mundo demasiado pequeño tienes que innovar y superarte cada vez más o la gente no iría y escasearía el dinero. Los costes se rebajan para poder mantenerse a flote. Y es entonces cuando los accidentes se producen... Las cerraduras de las bestias no se engrasan tan a menudo y fallan, las bolas de los malabaristas se ven feas y desgastadas y las cuerdas... se rompen.
Si, el mundo del circo es complicado.
Pero aún es más complicado cuando eres tú el responsable de haber revisado las cuerdas que sujetaban a tu mujer, tu único amor y tu vida. La caída le partió la espalda, las piernas y el cuello y se quedó tendida en el suelo, la gente gritando y poniéndose de pie para ver mejor el grotesco espectáculo que el cuerpo sin vida de su mujer ofrecía, como si fuera parte de la atracción por la que habían pagado entrada. El hombre ni siquiera escuchó los gritos, se mantuvo colgado cabeza abajo, con los brazos extendidos esperando con las manos abiertas a recoger a su mujer, pero sus manos no llegaban.
Esta culpa fue demasiado par él, tan pesada que se olvidó de todo y todos los que le rodeaban, ahogando su dolor en un estado de embriaguez continuado.
Ahora el circo era su prisión y una parte de su cerebro le decía que debía seguir, el espectáculo debe continuar, siempre debe continuar. Sin embargo el circo de los trapecistas estuvo sin trapecistas porque él jamás volvió a subir al trapecio. Se volvió un payaso triste, salía a la pista y se golpeaba contra los objetos, era humillado y abucheado por niños y mayores, siempre hundido en la neblina del alcohol. Era tal su ceguera y su dolor que se olvidó de ver crecer a su hija, de verla entrenar sin parar y luchar por seguir los pasos de su madre y al final convertirse en una estrella.
El día que los gritos de asombro surgieron en la pista, el payaso triste miró al cielo y creyó ver a su mujer volar de nuevo.
Tardó un poco en recordar que tenía una hija, verla hecha una mujer le hizo sentirse confundido y tener arcadas. Pero ver que casi cae y que fue agarrada por una mano afortunada de su compañero le hizo morir y enloquecer. Los aplausos de la gente solo despertaron su ira y el alcohol le hizo perder la poca cordura que la pena le había dejado.
Se coló en la caravana de su hija, la que había sido la suya durante años, ella le miró asustada como si pudiera ver en sus ojos la demencial locura que le empujaba hacia ella con los dedos como garras. La golpeó una y otra vez, perdido el control y la poca cordura que pudiera quedarle. Cuando sus manos estaban cubiertas de sangre y los dedos desollados de tantos golpes, utilizó todas las cosas que halló a su alcance, deformando la belleza que tanto le recordaba a su perdida esposa. Finalmente cogió las manos de su hija y le mordió los dedos con saña hasta que los escuchó crujir.
El mundo del circo es una gran familia. Todo lo que suceda, absolutamente todo, queda en ella y nunca salió a la luz lo sucedido aquella noche.
El circo cerró por un tiempo, encerraron al payaso triste en una jaula y trataron de curar a la maltrecha hija, pero la paliza fue tan brutal que quedó totalmente deformada y sus manos... nunca más podría asirse a un trapecio. Sola en su caravana, la trapecista lloró hasta quedarse sin lágrimas y sin cordura. Su mundo se había venido abajo de golpe por culpa de su padre y no pudo soportarlo. Cuando pudo moverse se sentó ante el camerino y se quitó las vendas que tapaban su cara... el espectáculo era tan atroz que apenas pudo mantener la vista en su rostro, su boca apenas tenía dientes, uno de sus ojos carecía de vida y su rostro era el de un extraño. Cogió el maquillaje de su padre y se puso manos a la obra.
Los meses encerrado en una jaula, la ausencia total de alcohol y los cuidados de la gran familia devolvieron la salud al payaso triste. Sin embargo la culpa por lo que había hecho a su hija era tal que apenas podía levantarse del suelo de paja.
Una silueta se aproximó hasta ponerse a la altura de los barrotes.
“Hola, papá”, dijo el payaso que ante él se encontrada, con su eterna sonrisa.
El hombre no podía contener las lágrimas de culpa, su voz tartamudeaba una y otra vez mientras lloraba y se justificaba, echándole las culpas de sus actos al alcohol y al dolor que le había supuesto la pérdida de su amada.
Rogando el perdón, el payaso triste alargó su mano pensando que un contacto físico le haría conseguir el perdón de su hija.
Con sus deformes dedos la trapecista agarró con fuerza el brazo de su padre y le rebanó los dedos. Después entró en la jaula y le acuchilló repetidas veces, le destripó y arrancó todos los dedos. Luego prendió fuego a la paja y observó como ardía el cuerpo ya sin vida de su padre.
Con los dedos se hizo un collar que siempre llevó consigo y que fue aumentando día a día con los que fue cortando al resto de miembros del circo. Y cuando terminó allí, se fue a otro circo y luego a otro. Hasta que finalmente fue devorada por un tigre albino... pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión.
Hoy por hoy... el espectáculo continúa.